Me encantan los berberechos. Si pudiera, viviría en una casa hecha de berberechos. O fundaría una religión en la que tuviera al berberecho como mi único dios y lo veneraría con fervor. Sin embargo, cuando me paso de la raya y me zampo yo sola dos latas de estos entrañables bichitos, acabo con dolor de estómago y hecha una bola en el sofá. Básicamente, lo mismo que me pasa con las campañas electorales.

El pasado jueves, Rajoy anunció por fin que el 20 de diciembre se celebrarán las elecciones generales, lo que significa que comienza la cuenta atrás. Volvemos a meternos de cabeza en el día de la marmota electoral. Qué cansancio, qué agonía, qué desesperación.

A ver, como ya he comentado en otras ocasiones, yo soy muy fan de esos periodos en los que los políticos se convierten en nuestros amigos de toda la vida y prometen crear trillones de empleos y adoquinar las calles con esmeraldas. Siempre es una fiesta contemplar a cualquier insípido candidato fingiendo admiración por los botijos de Villaconejos de Arriba mientras visita la alfarería de dicha localidad. O cogiendo en brazos a niños desconocidos como si fueran sus sobrinos favoritos. ¡Y venga sonrisas grapadas y entusiasmo del tres al cuarto! «Villaconejos, sois el mejor público que he tenido nunca». ¿A quién no le va a fascinar semejante espectáculo? Pero, sinceramente, esto se nos está yendo de las manos.

La gracia de las campañas residía en que vivíamos unas semanas concretas de enajenación mental. Como el carnaval, pero con mítines y gente soltando cifras inventadas. Eran tiempos sencillos, eran tiempos mejores. En cambio, ahora debemos enfrentarnos a una continua temporada electoral que danza al ritmo de la crispación y la histeria. Encima, todo lo que nos cuentan suena a zapatilla vieja, ya nos lo sabemos de memoria.

Así que, demostrando nuevamente el espíritu de innovación que me caracteriza, propongo desarrollar una campaña electoral al revés: en silencio. Que no digan nada, que no hagan nada. Nos pasaremos los próximos tres meses reflexionando sobre el ser y el devenir. En lugar de escuchar juegos de palabras ideados por algún asesor, dedicaremos nuestro tiempo a buscar la sabiduría y hacer una dieta depurativa de paparruchas partidistas.

El 10 de diciembre, cuando estemos rozando la paz interior, que nos manden sus programas electorales y nos los leemos serenamente y a conciencia, como ciudadanos responsables e informados. Bueno venga, para darle un poco de morbo al asunto y que los analistas políticos no mueran de inanición, podemos dejar que monten un debate- solamente uno-, pero a lo salvaje. Sin intervenciones cronometradas ni acartonamientos: todos contra todos y todos contra el zorro.

Y así, convertidos todos en gurús espirituales, nos plantamos en el día de los comicios y votamos lo que queramos votar. Porque no digo que tengamos que eliminar las elecciones -recordad que la democracia es imprescindible excepto para elegir al jefe del Estado, ahí está bien que sea una cuestión sanguínea porque las infantitas salen muy monas en las fotos- pero por una vez podríamos ahorrarnos todo lo demás. Cuando hayamos superado la sobredosis de politiqueo barato, con nuestro organismo limpio y desinfectado, estaremos preparados para caer de nuevo en el ciclo sin fin de las campañas. Aunque sepamos que nos hacen pupa. Al fin y al cabo, algún vicio hay que tener.