En su obra «Política», afirmaba Aristóteles «que el saber del hombre no es el de la mujer, que el valor y la equidad no son los mismos en ambos, como lo pensaba Sócrates, y que la fuerza del uno estriba en el mando y la de la otra en la sumisión». Casi veinticuatro siglos después parece que la cosa haya cambiado poco si observamos la realidad que nos rodea.

Si tras las elecciones griegas comprobábamos cómo Tsipras conformaba otra vez un gobierno sin mujeres, a pesar de las críticas que en ese sentido recibió en su primer mandato, las elecciones catalanas no nos han dejado mejor sabor de boca. El número de diputadas ha descendido sensiblemente respecto de la anterior composición del Parlament, pues, salvo excepciones, ni encabezaban ni ocupaban puestos de salida en las candidaturas. Por no hablar de la composición de las tertulias en la amplia cobertura informativa la noche del 27S: parecía que en Cataluña sólo vivieran hombres, pues sólo éstos fueron los invitados a analizar y debatir los resultados electorales. Entre Grecia y Cataluña, la mirada política se situó también en Nueva York, donde tenía lugar la Asamblea General de la ONU, repleta de líderes mundiales -donde las mujeres son excepción- en la que se aprobó la Agenda para el Desarrollo Sostenible 2015-2030 que fija como meta (entre otros objetivos muy importantes) la paridad plena. Vaya, la misma meta que se fijó para 2015. Que ya se había aprobado en la Conferencia de Beijing en 1995. Quizá cuando lleguemos a 2030, se fijen el objetivo de la paridad para 2045. A este paso, no me extrañaría nada.

Ya ven, los hombres mandan. Incluso quienes mandaron formalmente siguen haciéndolo a través de influyentes y poderosos «think tank». Es el caso del Círculo de Montevideo, cuya sesión plenaria, dedicada a la «Crisis de la gobernanza de la democracia representativa» se celebrará (qué vergüenza) en el Paraninfo de la Universidad de Alicante el 16 y 17 de octubre. Sin contar al Rector, son 14 los ponentes. Procedentes del mundo de la política, la empresa y el conocimiento y la cultura, sólo una es mujer: Rebeca Grynspan. Y es que es la única mujer en ese círculo de hombres poderosos del que, por cierto, forma parte aquel exministro que odiaba a las mujeres: Alberto Ruiz Gallardón.

Sin nosotras ¿cómo se atreven a gobernar el mundo, a pensarlo, a decidir su rumbo, a opinar sentando cátedra? ¿cómo osan hablar de derechos humanos sin contar con la mitad de la humanidad? ¿sobre qué democracia pontifican? Estoy harta, harta, harta y más que harta de este fálico mundo que, precisamente por eso en buena medida, es fallido. En eso, deberíamos superar ya el pensamiento aristotélico ¿no creen?