Siempre que hay elecciones, sean estas nacionales, autonómicas o municipales (las europeas me siguen pareciendo un exótico y carísimo divertimento a costa de los magros bolsillos de la ciudadanía, al igual que tantos organismos e instituciones europeas con aires de megalomanía más propio de nuevos ricos que de un concepto serio, eficaz y solidario de Europa), digo, siempre que hay llamada a las urnas, me dan ganas de viajar a nado a Nueva Zelanda con el fin de no tener que escribir este artículo que les llegará a ustedes dos con más retraso que la conexión ferroviaria de Alicante al aeropuerto. Y además de ese dato, concurre otro de no menor calado: estarán más que hartos de los centenares de sesudos análisis y comentarios al respecto siempre orientados hacia el lugar que más conviene a los intereses ideológicos, políticos o económicos del autor. Pero en fin, si tampoco escribes nada parece que te importen muy poco las elecciones y, por ende, la democracia. No es así, bien al contrario.

Vaya por delante, y lo tengo dicho y escrito, que soy absolutamente contrario a la independencia de Cataluña, máxime si la secesión es decidida unilateralmente por unos cuantos iluminados sin que el resto de españoles podamos pronunciarnos. La actual Cataluña, le guste más a Mas o menos a Junqueras, está hecha de andaluces, manchegos, gallegos, murcianos y gentes venidas de todos los rincones de España que con su trabajo y esfuerzo hicieron posible que aquella región (¿se puede decir así o me arriesgo a que algún demócrata independentista me dé un pescozón?) llegara a ser la más próspera, moderna y civilizada de España. Pero de eso hace demasiados años. Hoy, para desgracia de Cataluña y sus ciudadanos, ya no es así. Salpicada de sistémica corrupción merced a una serie de políticos, hasta ahora intocables, enfundados en el victimismo nacionalista con la inestimable y agradecida connivencia de algunos medios de comunicación -sobre todo los públicos- que han sustraído intencionadamente a la ciudadanía el conocimiento de esas vergüenzas; con unos recortes sociales venidos de la mano de unos gobiernos a los que nada ha preocupado; con unas libertades individuales y colectivas cada vez más restringidas conforme el autoritario y excluyente discurso independentista se ha ido imponiendo sin posibilidad de réplica (léanse las sanciones a quienes osan rotular sus establecimientos en castellano o pretenden que sus hijos puedan estudiar en español); con algunos dirigentes políticos -los separatistas- cuestionando e incluso desobedeciendo decisiones firmes de los tribunales y las leyes; con una fuga inquietante de empresas que se trasladan al resto de España por mor del clima político y por los altísimos impuestos recaudados para financiar aventuras y delirios independentistas en el extranjero; con todo eso y mucho más (el otro), esta Cataluña no es la misma que conocimos cuando se instauró la democracia.

Ahora se han celebrado elecciones autonómicas que los dirigentes separatistas catalanes impusieron como un plebiscito a favor de la independencia y contra España, y, se pongan como se pongan o hagan las cuentas valiéndose de politólogos amigos y contables agradecidos, han perdido sin paliativos. No solo el número de votos y su porcentaje ha dicho no a la aventura sin retorno, es que casi un 25 por ciento del electorado no ha ido a votar, lo que significa que no ha dicho sí a la independencia. Tampoco no, es cierto, pero tengo para mí, y quizá coincidan ustedes dos conmigo, que con el opresivo y asfixiante clima político a favor de la independencia impuesto por la maquinaria del poder y sus medios de comunicación afines (léase de nuevo la vergonzosa censura de TV3 a la entrevista a Borrell por no ser de los suyos), incluso aprovechando actos deportivos y partidos de fútbol machaconamente utilizados a favor de la separación, digo, con ese clima, los que querían la independencia han ido mayoritariamente a votar, lo que permite deducir razonablemente que los que no han votado distan mucho de ser separatistas.

Y todavía a quienes creen que con un Estado federal el independentismo se daría por satisfecho. Vana e ingenua ilusión. ¿Qué sistema federal daría a Cataluña más atribuciones que su actual estatus autonómico? ¿La CUP, que no quiere, ni a Europa, ni al euro, ni al capitalismo se conformaría con un sistema federal? ¡Por favor, un poco de seriedad! Los dirigentes separatistas catalanes, en un acto continuado de irresponsabilidad y populismo demagógico para ocultar la corrupción y una nefasta gestión de gobierno, deberían cuidarse mucho de no jugar con monstruos. O deberían leer a Nietzsche cuando nos recordaba que «Quien lucha con monstruos debe cuidar en no convertirse en uno de ellos. Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo te devuelve la mirada». El problema es que cada vez están fragmentando y enfrentando más a la sociedad a la que debieron servir desde la tolerancia, la convivencia y el respeto plural, no desde la exclusión. Y será esa misma sociedad la que un día, no lo duden, les devolverá la mirada.