Con una mezcla de rabia e indignación conocimos, hace unos días, la sentencia del Tribunal Supremo por la que el pleno de la Sala de lo Civil del alto tribunal desestimó, por considerar el caso prescrito, el recurso de Avite (avite.org), asociación que reúne a los afectados por la talidomida que en la década de los años 50 del pasado siglo comercializó la farmacéutica alemana Grünenthal, confirmando la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid que a su vez aceptó el recurso contra la sentencia de primera instancia que en el año 2013 había condenado a pagar una indemnización millonaria a esta empresa, responsable de fabricar el medicamento que ha producido graves malformaciones y otras enfermedades de por vida a cientos de españoles con graves secuelas físicas, siendo la principal el escaso desarrollo de las extremidades superiores e inferiores.

Pero lo que más nos indigna de este caso es la actuación del laboratorio alemán Grünenthal hacia los afectados españoles. Como sabemos, esta empresa reconoció los hechos tras ser juzgados y condenados sus directivos en 1968 por los tribunales de la antigua Alemania occidental, aportando indemnizaciones millonarias por el daño y sufrimiento causado y siendo obligados a pagar una prestación mensual, que en la actualidad es de 6.000 euros al mes, a miles de enfermos en todo el mundo que necesitan ayuda para todas las actividades básicas de una persona.

La empresa Grünenthal, en una muestra de cinismo esclarecedora del concepto que tienen de la ética, anuncia en su página web la existencia de una fundación creada con la intención de proteger a los afectados por la talidomida, pero, por lo que parece, se han olvidado de los cientos de españoles cuyas madres tomaron un medicamento destinado a mitigar las náuseas durante el embarazo. La farmacéutica alemana se muestra partidaria de reconocer a todos los españoles que buscan justicia y por tanto ser indemnizados por ello pero al mismo tiempo exige alguna prueba de que sus madres tomaron este medicamento, como, por ejemplo, una receta o un historial médico de hace más de 50 años. Al mismo tiempo, y por si fuera poco semejante exigencia, han ejercido todos los medios legales a su alcance para entorpecer la acción de la justicia y para evitar tener que pagar a las cerca de 3.000 víctimas españolas.

Por otra parte, debemos hacer mención, esta semana, a otra empresa alemana cuya credibilidad se encuentra bajo mínimos aunque por motivos muy diferentes. Nos referimos al escándalo surgido con el descubrimiento de que el grupo Volkswagen, que integra las marcas Volkswagen, Audi, Seat y Skoda, mintió durante años a las autoridades medioambientales y a los compradores de coches de estas marcas al asegurar que las emisiones contaminantes eran menores al máximo permitido. A tal efecto instalaron en cada coche un sistema informático que al detectar una revisión de las emisiones cambiaba el número de éstas, consiguiendo con ello pasar de manera positiva cualquier inspección que se hiciera a estos coches.

Sólo en España, tal y como ha reconocido la propia dirección, más de 680.000 coches fueron fabricados asegurando unas prestaciones que no eran reales. No sólo se mentía sobre el nivel de contaminación de los coches sino que al mismo tiempo se conseguían unas mejores prestaciones de cara a los competidores ya que se aseguraba un nivel bajo de emisiones a una velocidad alta. Organizar semejante engaño y durante tantos años obedece a un plan predeterminado de querer jugar, de manera consciente, con la buena fe de los consumidores que compraban un coche de estas marcas por la eficacia de un motor con alto rendimiento que no contaminaba, al revés que la competencia que no mintió, generando un mayor beneficio que se estima en unos 600 euros por cada uno de los vehículos vendidos. Por si fuera poco, Volkswagen se aprovechó, además, de las ayudas económicas que recibía pagando menos impuestos por una supuesta eficiencia ecológica.

Durante los últimos años se nos ha intentado convencer de las bondades del sistema alemán. Al parecer se trata de una sociedad a la que debemos intentar parecernos tanto en su economía como en su forma de organizar la sociedad. Y lo que hemos descubierto es que en Alemania existen las mismas miserias que en cualquier otro país. Mucho se criticó en la clase política alemana la grave situación en que se encuentra Grecia a la que acusaron de ser un país despilfarrador y corrupto. Lo que no sabíamos es que cuando a Alemania se la trataba de poner de ejemplo como el súmmum de la eficiencia llevaba más de diez años contaminando con sus coches diesel nuestra atmósfera, ayudando con ello a provocar enfermedades pulmonares y cancerígenas. Tal vez deberían las autoridades alemanas, antes de dar lecciones a los demás, solucionar sus problemas internos y controlar mejor a sus empresas además de obligar a la farmacéutica Grünenthal a hacerse responsable de todas las víctimas españolas de la talidomida teniendo en cuenta que, al parecer, los políticos alemanes son tan partidarios de la convergencia europea y del cumplimiento estricto de la legislación de la Unión Europea.