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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

¡Qué milagro!

Cuando conocí a Milagrosa parecía un ama de casa metida a alcaldesa de su pueblo, con todas las virtudes de las dueñas de su hogar: una cierta ciencia infusa de la administración de los recursos y desde luego una honestidad que se la presuponía y algunas dotes de sentido común para saber de lo que se sabe y lo que se ignora. No tardó ni dos minutos en llamarme «perla», su coletilla más conocida y que ahora es su apodo en el mundo digital, y no tardé ni ese tiempo en darme cuenta de que no iba a llegar a ser jamás ni una estratega ni una mente especialmente brillante, ni falta que le hacía. A esos niveles, claro.

Pero me cayó bien porque tengo debilidad por los que se meten en la plaza a torear aunque no tengan ni idea de lo que es un toro, ni una muleta, ni una espada y, total, para ser alcalde de una localidad pequeña tampoco hace falta haber estudiado en el Tecnológico de Massachusetts o ser egresado de Oxford. Me quedé muy tranquilo, porque poco mal me podía hacer de alcaldesa a mí que vivo tan lejos de Novelda, y ya sus convecinos se encargarían de ponerla en su sitio si metía la pata más de lo conveniente.

Pero claro cuando se convierte en consellera del sector más pujante de la economía alicantina y luego en la segunda autoridad de nuestra autonomía como presidenta de las Cortes, ya se me disparan las alarmas. Porque lo que ha confesado a su señoría de que no entendía nada de turismo no ya es que me sorprenda, es que creo que en alguna reunión de pocas personas en que yo estaba presente lo llegó a decir. Y ya entonces entendí que no era pose ni gracieta, sino sinceridad entreverada de imprudencia atroz.

Pero el caso de Milagrosa no es tan extraño como pudiera parecer. Aquí tenemos multitud de consejeros de Cajas de Ahorro que confesaron impávidamente que no sabían leer un balance. Y no pasó nada, ahí siguen tan felices. Y cientos de políticos que acceden a puestos de alcurnia sin conocer absolutamente nada del tema que les ocupa, normalmente incluso sin saber absolutamente de ninguna ciencia terrenal, excepto de medrar en sus partidos de referencia. Grandes carreras se han hecho así y no me pidan nombres porque llenaría esto de negritas y no es el caso.

Se exculpan todos en que fue la máxima autoridad -Camps «in illo témpore»- quien les propuso y ellos no supieron decir que no, porque si el Presidente pensaba que eran las personas adecuadas para llevar la Archipampanía de Centrales Nucleares, ¿quiénes eran ellos para decirle que no sabían ni arreglar el enchufe de la luz en su casa? Lo curioso es que de esa actividad de la que todo lo desconocían cobraban, y bien, y en el caso de algunos los dedos se les hicieron huéspedes y no tuvieron bastante con lo que cobraban y empezaron a aceptar regalitos. Dios, no me des, pero pónme donde haya.

Pero observen la carrera de Milagrosa porque es paradigmática. De nada (en su biografía no existe ni constancia de que haya trabajado jamás), pasa a alcaldesa, de ahí a consellera, se le agradecen los servicios prestados con la presidencia de las Cortes y sólo se va de alcaldesa cuando sus votantes dicen que ya está bien, pero ni un segundo antes. Ahora la Justicia quiere buscarle un puestecito en el talego y se piden para ella nada menos que once años a la sombra por diferentes delitos. En esto último se separa ampliamente de esa masa de políticos y asimilados que sin ser nada ni tener ni oficio ni beneficio han extendido su actividad laboral por corralitos, multinacionales, canonjías e instituciones de medio pelo y que en vez de verse entre rejas siguen pisando moqueta por los siglos de los siglos amén.

Pero Milagrosa ha dicho que ella no entendía nada de nada y que ahí estaba para lo que le mandaran porque obediente era un rato. Justamente lo mismo que otros que ni han confesado ni confesarán su inutilidad. Aunque si se viesen ante el Tribunal de la Inquisición ya veríamos lo que tardaban en echarle la culpa al maestro armero, ellos que tan gallitos y dispuestos a comerse el mundo parecen.

Como dice a menudo el maestro Pérez Reverte son mucho peores los estúpidos que los malos porque hacen mucho más daño. Y porque hay muchos más, añade para sí este humilde Indignado Burgués, desbordado de su propia estupidez y de la de tantos de los que le rodean, bien sea a su pesar. ¿Qué habré hecho yo para tanto castigo, Señor?

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