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Matías Vallés

Tsipras ha venido para quedarse

En este día glorioso para el deporte de la canasta, cabe recordar que un encuentro de baloncesto femenino de la categoría de high school finalizó en California con el explícito resultado de 161 a 2. Por supuesto, el entrenador fue destituido. El entrenador del equipo ganador, por cometer una desconsideración que primaba el deporte sobre la deportividad. Lo mismo le ocurrió el domingo a la troika en Grecia. Su obsesión por humillar a Syriza hasta el extremo de pisotearla, surtió el efecto bumerán del apoyo de los electores a Tsipras. La UE, el BCE y el FMI extraerán las conclusiones adecuadas de su prepotencia. En cambio, Rajoy no aprenderá nada, extraviado el domingo en un mitin badalonés sin demasiado eco.

Tsipras ha venido para quedarse. La consagración de un líder político no coincide con el fulgor de su proclamación. Un gobernante se hace inevitable cuando su ascendiente autoriza a perdonarle sus incipientes casos de corrupción. Tsipras ha veraneado en el chalet de un oligarca, utilizando un helicóptero para sus desplazamientos. El hijo del primer ministro griego asiste a un elitista colegio privado, que no pueden permitirse los votantes de Syriza.

Pese a las tentaciones de la opulencia, los votantes han renovado por tercera vez consecutiva en 2015 su confianza en Tsipras. No le ha dañado su sangre fría al desembarazarse de escoltas tan carismáticos como Varufakis, cuya versión pespunteada del Memorial que Grecia firmó para su rescate es una obra maestra del desnudamiento de los eufemismos políticos.

Amar a Varufakis y votar a Tsipras es más habitual de lo que parece en las contiendas electorales. La estupefacción ante la continuidad de un líder acusado de traicionar sus principios, se disipa al recordar que el sufragio obedece a razones que la razón no entiende. Un ejemplo lo aclarará con mejor suerte. La obstinación por equiparar al número uno de Syriza con Pablo Iglesias, olvida que su referente más correcto en España responde por Adolfo Suárez. La similitud se acentúa al recordar que el ateniense y el abulense arraigan en el totalitarismo, marxista y franquista respectivamente.

En efecto, el líder de Syriza ofrece a los griegos la revolución bien peinada que encarnó Suárez en otro país mediterráneo sumido en la zozobra. Tsipras transmite la confianza por la que suspiran los programadores televisivos, para capturar al inapreciable sector de la audiencia comprendido entre los 27 y los 54 años. De nuevo, este factor escapa a las entendederas de Rajoy, que se limitará a disimular su chasco ante el derretimiento del eslogan que pensaba enarbolar en la última curva de las catalanas.

A la política le repugna la simetría, por lo que tampoco cabe transmitir de modo automático el triunfo de Syriza a un auge de Podemos. Queda claro sin embargo que los votantes europeos arriesgan con mayor convicción que sus gobernantes alternativos, véase la delicuescencia del discurso de Ada Colau tras solo cien días en la alcaldía de Barcelona.

La segunda lección de Grecia apunta a una ciudadanía mejor informada de lo que desearían sus votantes. Marrullerías como la intromisión de la banca en una campaña electoral solo conseguirán que financieros y gobernantes multipliquen su mutuo descrédito.

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