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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Somos muchos

Cuando estás en tu casa y alrededores es más sencillo sentirse individuo, cuando sales de vacaciones (a no ser que las compartas con el Sultán de Brunei o con Enrique Ortiz) te equiparas de tal forma a la masa gregaria que pasas a ser un turista del montón, por muy diferente y superior que te consideres. Y es que el ser humano es una especie depredadora, que en grupo arrasa con lo que sea y encima somos un montón. Históricamente las guerras se han producido por la falta de espacio que incita a invadir el césped del vecino en busca de mejores pastos. Ganas me dan a mí algunas veces, sobre todo cuando el césped de mi jardín parece la selva tropical de Borneo.

Somos demasiados, y encima a algunos suelen disgustarnos las multitudes, pero curiosamente cuando nos integramos en un cardúmen de turistas perdemos de repente las inhibiciones y nos disfrazamos de payasos -o de bermudas- algunos hasta con camisetas sin hombreras que es, en mi particular consideración, lo peor de lo peor, aunque ya les advierto que mi tolerancia con el desaliño indumentario es bastante escasa. Total, que al mismo tiempo se pierde el orgullo y la vergüenza, como en la canción de Serrat, sin bien no es lo mismo perderlos por Lucía que por el estío.

Pero es que ser muchos acarrea otros problemas además del disgusto de ver congéneres que podrían vestir de abuelitos apañados portando atuendos de mercadillo más propios de poligoneras desorejadas. Por ejemplo hemos acabado con las anchoas. Mira que me fastidia a mí que las anchoas se hayan convertido en bien escaso cotizado a precios de Beluga. En realidad ya me molestaba bastante que el Beluga tuviese precios de Beluga o que el jamón bueno tuviera por lógica que venderse en caja de caoba cual muerto en entierro de primera, y de las angulas ni les cuento, pobretas. Pero que las humildes anchoas o bocartes sean ahora bocado exclusivo clama al cielo y he de decirlo por más que exista una conspiración para silenciar esta catástrofe, este baldón para la Humanidad.

Lo malo de ser muchos es que todos comemos tomates y se producen tomates para aburrir, pero es dificilísimo encontrar un tomate que valga lo que cuesta. Ser muchos es, en definitiva una lata que me produce urticaria, como por otra parte debe producir compartir una mesa de mando con multitudes alrededor, tal que el ayuntamiento de Alicante por poner un ejemplo sencillo y al alcance de todos.

Porque que una persona tenga mando omnímodo predispone a las autarquías y a las dictaduras, pero las decisiones asamblearias son proclives a la inacción cuando no al tumulto tabernario. Si las multitudes en general me molestaban cuando estaba de vacaciones, he llegado a Alicante y ya el tumulto lo veo sólo en los órganos de gobierno (¿?) de nuestras ciudades, con la capital a la cabeza, que para eso es más grande y los medios airean con mayor detalle lo que sucede.

Tres meses después de las elecciones aquí no se ha movido una hoja de sitio si no es para cambiar de asesores (algo lógico, aunque no sé entonces para qué sirven los sufridos funcionarios), para que gentes que hasta ahora no habían cobrado nóminas públicas -incluso algunos que no habían cobrado ninguna nómina anterior- tengan resuelto el fin de mes y para hablar hasta la naúsea de lo malo que era Enrique Ortiz (vaya novedad), que van a acabar con la contrata de los autobuses (los Arias deben estar temblando, no me cabe ninguna duda), que los de Ikea son muy malos y quieren hacer negocio (nos ha jorobado) y que la Castedo si tal o si cual.

Ah, y que estamos arruinados, con lo cual lo mejor es quedarse sentadito en el despacho oficial y esperar que pasen los cuatro años de canonjía municipal, que luego ya veremos y, a lo mejor hasta Enrique nos da un trabajito (que casos se han visto). Como sin dinero no se va a poder hacer nada, para qué nos vamos a molestar en planificar, con lo cansado que es.

No sé si ha quedado claro que las multitudes no me convencen.

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