Parece la excusa perfecta el éxodo que estamos viendo para que lobos y chacales enseñen las fauces, mandatarios de países que no se esconden a la hora de negar el agua y la sal a los que nada tienen. Por otro lado, también es la gran oportunidad para que lo peor del género humano viaje a sus anchas por el mundo: mafias sin escrúpulos aprovechándose de estas pobres gentes, engañándolas y extorsionándolas, haciendo promesas que a cambio de lo poco que tienen conseguirán la tierra prometida. Les hablo de este goteo incesante de gentes que lo han perdido todo, de familias enteras que han dejado atrás su pasado con todo lo que ello supone. La mayor de las desgracias ha caído sobre sus cabezas obligando a que vuelvan a empezar de cero en tierras extrañas y lejanas. Luego, más adelante, analizaremos brevemente la génesis de esta barbarie. Mientras tanto, miremos más detenidamente con qué obstáculos van a encontrarse estas personas que por ética, por amor al prójimo, por respeto al ser que cada uno es, debemos acogerlas sin ningún tipo de cortapisas, con orden y planificación pero debemos de hacerlo y ya.

En primer lugar, la gran mayoría de ellos no hablan el idioma del país en el que han sido acogidos. Luego tenemos el tema religioso que aunque nos parece que está más o menos por decirlo de alguna manera (homologado) en la mayoría de países de la Unión Europea no deja de ser un diferenciador social a perfilar y mejorar. Otro de los obstáculos es la media de edad de las personas que están llegando a nuestros países. Esta media supera los 40 años en un gran porcentaje y no tenemos más que ver cómo está el mercado laboral para las personas en esta franja de edad con experiencia laboral, con conocimiento de la lengua y aun así no encuentran trabajo. Por supuesto que debemos de acoger a estas personas que no son inmigrantes, son víctimas de un conflicto bélico, refugiados de guerra que no están aquí porque han decidido emprender una nueva vida, están aquí porque su vida y la de los suyos corre peligro, porque no hay esperanza en el lugar donde vivían.

Estamos en la obligación en primer lugar de proporcionarles cobijo, tranquilidad y atención. Pero aún más importante es que nuestros mandatarios no pierdan ni un minuto más y se pongan manos a la obra para solucionar la situación que hay en sus países de origen.

Vivimos en un mundo en el cual la verdad genera dudas (gran contradicción, no creen), olvidamos con facilidad que no hace ni un año teníamos un conflicto de primer orden en Ucrania, con la anexión rusa de Crimea y todas las muertes y desplazamiento de personas que ello generó. Si leemos los informes de Amnistía Internacional (AI), podemos darnos cuenta de que vivimos sobre una bomba de relojería. Les voy a enumerar unos ejemplos que AI denuncia y estudia y que a día de hoy están ocurriendo no tan lejos de lo que nos parece. Siria: miles de muertes entre el PYD y el IS. Yemen: con su guerra interna y los bombardeos y ataques aéreos por parte de la coalición. República Democrática del Congo: miles de muertos y civiles atrapados entre el fuego cruzado del UPCP y la ANR. Sudán del Sur: donde se ha masacrado a la población civil de Kordofán del Sur. república Centroafricana: en este país se ha perpetrado una de las limpiezas étnicas más sangrientas del mundo. Irak: un río de sangre por la violencia sectaria. Nigeria: los altos mandos del ejército investigados por supuestos crímenes de guerra. Israel y Palestina: décadas de bombardeos y atentados y miles de civiles muertos, y así podemos seguir nombrando países en conflicto como Afganistán, Libia, Somalia, etcétera.

Toda esta violencia que se ha desencadenado en las últimas décadas está adquiriendo una virulencia que hace difícil su cese a corto plazo e irremediablemente la población civil que se encuentra en estos conflictos hará lo posible por escapar de ellos sea cuál sea el riesgo que hayan de correr y el precio que deban pagar. Seguir pensando que esto es un problema ajeno a nuestra realidad, a nuestra cotidianidad, es un grave error. Todos los que moramos en este mundo buscamos las mismas cosas, con más o menos espiritualidad, de maneras más o menos parecidas, pero a fin de cuentas son las mismas. Un hogar, un trabajo, una familia, educación para los hijos, acceso a la salud bien sea pública o privada, etcétera. No serían cosas imposibles de conseguir si en nuestra sociedad no estuvieran los intereses económicos y geoestratégicos por encima de los derechos fundamentales de las personas. Nuestro afán por el consumo es tal que terminará fagocitándonos al igual que Saturno devora a su hijo en la obra de Goya.

Para terminar, hago una parada y repaso algunas de las ideas que pretendía trasladar a ustedes y creo que nada mejor que la siguiente cuestión: ¿Estamos educando a los que nos han de suceder para que el día de mañana este mundo sea más justo? Creo que no.