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Bartolomé Pérez Gálvez

Reescribir la Historia

Me declaro abiertamente federalista. Firme partidario de un sistema que, muy a mi pesar, temo que no veré materializarse en España antes de irme al otro barrio. Según parece, aquí todavía no estamos preparados para reformar la estructura del Estado. Cierto es que nuestro convulso panorama político y social en nada favorece -más bien al contrario- el clima de estabilidad, reflexión y consenso deseable para abordar un cambio de tamaña magnitud. Como también es evidente que en este asunto hay en juego poderosos intereses y un afán notable por confundir a la población, por parte de quienes pretenden asociar -sin fundamento alguno- federalismo con separatismo. Pobre argumento que se contradice, por ejemplo, con la indudable unidad patriótica de los estadounidenses.

Al margen de singularidades de otra índole, no me negarán que en España hay desigualdades flagrantes en lo tocante al reparto de cuartos. Dudo que existan argumentos para defender lo contrario y así andamos reclamando nuestras migajas. Y es que unos ponen la mano mientras a otros nos toca ofrecer el trasero. Gráfica representación de la realidad de este país, por obscena que pueda resultar.

Respeto el deseo de una parte de la ciudadanía catalana por constituirse como nación. Ahora bien, incido en que se trata de una parte y no del conjunto de Cataluña; ni, por supuesto, del resto de los españoles, que también tendremos algo que decir en esta historia. Que los catalanes se expresen en las urnas es congruente con las normas básicas de un Estado democrático. Otra cosa bien distinta serán las decisiones que adopte el gobierno que nazca de esas elecciones.

Quienes hoy reclaman la independencia de Cataluña lo hacen hartos del trato recibido por el Gobierno Central, fundamentalmente a nivel fiscal. No nos engañemos, que poco más que el dinero hay detrás de todo este embrollo. Y, a día de hoy, es bastante probable que tengan razón. Pero, si ha existido riqueza y desarrollo, algo tendrá que ver la enorme aportación que, durante siglos, ha realizado el resto de España a esta parte del país. Unos y otros nos hemos beneficiado mutuamente a lo largo del tiempo.

De este conflicto, me preocupa el resurgir de los nuevos goebbelianos que pasan, sin despeinarse, de aderezar la acción política con una pizca de demagogia a saturarla de venenosa falsedad. Hay malas artes que renacen e, independientemente de los resultados del 27-S, acabarán instalándose de nuevo en el panorama político español. Y es que no todo vale para defender la propuesta soberanista.

Lo de reescribir la Historia asusta sobremanera. Que aquellos que fueron parte -minoritaria, por cierto- de la Corona de Aragón se atrevan hoy a dar que ésta sea parte de Cataluña, es grotesco. Que en este concepto megalomaníaco de nación se incluya a otros territorios históricos, como el Reino de Valencia, evidencia el imperialismo que subyace entre algunos de los defensores de la independencia catalana. Al conseller de Justicia, Germà Gordó, sólo le faltó reclamar el peñón de Gibraltar, que el de Calp ya estaba dentro del paquete anexionado. Lo triste es que esa parida de los Països Catalans -ya puesto, les aceptaría los Países Aragoneses- fue en su día defendida por algunos de los que ahora exigen explicaciones al conseller de la Generalitat de Catalunya, como es el caso de la izquierda pancatalanista valenciana. Y es que de aquellos polvos vinieron estos lodos.

Los disparates van en aumento y la lista crece, pero no pretendo provocar la carcajada con lo del origen catalán de Cervantes, Leonardo Da Vinci y un largo etcétera de prohombres. O que la bandera estadounidense es un calco de la catalana. Todos son recientes descubrimientos del Institut Nova Història que, para más inri, recuerda que Artur Mas es descendiente del descubridor de América, un tal Joan Colom. En fin, como si Cataluña no tuviera bastantes hombres y mujeres de los que enorgullecerse.

A esta burda manipulación cabe añadir algunas «perlas» de los políticos independentistas. El líder de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Oriol Junqueras, es el autor de las más llamativas incoherencias escuchadas en los últimos meses. Que el máximo responsable de ERC proponga que los ciudadanos de una hipotética Cataluña independiente disfruten de la doble nacionalidad hispano-catalana, roza el esperpento. Ojo, que lleva tres años dando la matraca con la idea. Junqueras justifica su propuesta en los «intensos vínculos emocionales con España», evidenciando una realidad a la que pocos suelen referirse: apenas el 64% de los residentes en Cataluña han nacido allí. El resto, a mitades iguales, demás españoles y extranjeros. Un detalle nada baladí, como a continuación les expongo.

Efectivamente, sólo seis de cada diez catalanes son naturales de aquellas tierras. Y, de ellos, un gran número son descendientes de emigrantes del resto de España. No es de extrañar, por tanto, que entre los 25 apellidos más comunes en Cataluña, no aparezca ni uno sólo de raíces catalanas ¿Quieren saber cuáles son los verdaderos «ocho apellidos catalanes»? Apunten: García, Martínez, López, Sánchez, Rodríguez, Fernández, Pérez y González. Los datos proceden del Institut d'Estadística de Catalunya (IEC) -y no del Instituto Nacional de Estadística-, para evitar dar pábulo a las teorías conspirativas.

Esta enorme heterogeneidad en el origen de quienes residen en Cataluña, no ha sido obstáculo para que Junqueras llegue a insinuar la existencia de una raza catalana. Siguiendo el modelo de Sabino Arana con el pueblo vasco, el líder de ERC ha destacado la existencia de diferencias genéticas entre «españoles» y «catalanes». Para ello recurrió a la lectura sesgada de un artículo publicado en 2008 en la revista Current Biology. En la investigación apenas existe un minúsculo subgrupo de 47 sujetos residentes en Cataluña -eso sí, de procedencia rural y catalanoparlantes- sobre un total de 2.457 participantes. Y, a la vista de los datos del IEC, vaya usted a saber cuántos eran realmente «pata negra». Para mayor abundamiento, el equipo investigador concluye, insistentemente, que las diferencias genéticas entre las distintas regiones europeas son muy pequeñas y, en todo caso, justificadas por los movimientos migratorios. Conclusión de Junqueras: existen diferencias genéticas entre catalanes y el resto de los españoles. Pura ciencia.

Con mayor o menor acierto, los independentistas podrán argumentar razones que justifiquen sus intereses. Pero los catalanes no merecen que nadie caricaturice su Historia. Les sobran motivos para sentirse orgullosos de serlo.

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