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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Lo de ser español

Como soy hombre de liturgias y tradiciones cada equis años suelo recorrer algunas etapas del Camino de Santiago, no por motivos espirituales, que no es el caso, sino por comprobar si mi cuerpo me sigue acompañando en una forma razonable. Pero el Camino, aparte de su trascendencia metafísica o incluso, en su sentido más humano , de competición contra uno mismo, tiene mucho de observatorio del paisanaje de alrededor, especialmente si te gusta fijarte como los búhos en los bípedos que te rodean. El Camino de Santiago está recorrido por algunos españoles y muchos, pero muchos, extranjeros. Es curiosa la cantidad de americanos, canadienses, australianos, europeos y hasta japos que circulan por sus senderos. ¿Cómo sabes cuál es su nacionalidad? Evidentemente por su bandera, porque todos exhiben en su mochila, en la ropa con la que caminan, un trocito de su enseña nacional. Menos los españoles, claro.

Es verdad que yo considero que la bandera es apenas un trapo y desde luego no me hace levantarme en exaltación patriótica con ojos enfervorecidos y vellos como escarpias, y que sentirse identificado con unos colores no es obligatorio, pero me llamó mucho la atención un hecho que les paso a relatar. Escenario: Puente de Zubiri sobre el río Arga, que es navarro y español desde el siglo XI. Protagonistas: un grupo de muchachitas entre 18 y 20 años perfectamente uniformadas con ropas de deporte y un cortavientos gris que me piden que les haga una foto. Nada desusado, si no fuera porque de alguna mochila sacan una enorme estelada y con ella se envuelven con gran regocijo tapando de lado a lado el puente medieval. Por cierto, el puente se llama, por razones que no vienen al caso, «de la rabia», pero no hay nada de ella en la actitud de las nenas, es más bien alegría: eh, piedras, que somos catalanas, parecen decir.

El puente ni se estremece, las ha visto de todos los colores, pero yo no puedo decir que no me resulte extraño y me queden ganas de gritarles de buen rollito un « Visca Espanya. Visca Catalunya», pero al final te piensas que cada cual tiene sus propias creencias y tan aceptable es una cosa como la contraria, igual que me parece de perlas que los musulmanes se pongan a rezar cara a la Meca. ¿Soy nacionalista español? Para nada. Entonces, ¿por qué diablos envidio a los países que hacen ostentación de su nacionalidad? : misterios del ser humano. Y a la vez que les deseo «buen Camino», no puedo menos que envidiarles su fe, sencilla quizá como la del carbonero, pero que les ayuda a encontrar su lugar en el mundo.

Pero, ¿qué quieren que les diga?, a mí el nacionalismo me trae a la memoria escenas de novelas costumbristas, casinos de pueblo donde cuatro paisanos juegan al dominó, matrimonios entre primos y olor rancio a cocido concentrado sin relación con el exterior. A lo mejor no es así. Quizá el nacionalismo sea lo moderno y mi jacobinismo un reducto de la revolución francesa, tan pasado como los miriñaques. En realidad yo quería ser europeo hasta que los del Norte se apropiaron el concepto. Mi bandera podría ser el Mediterráneo donde nació la civilización, ese mar de Ulises y de Homero, de los fenicios y de los Argonautas, de Jason y el Vellocino de Oro. Por eso Cataluña es tan mía como de cualquiera, porque su cultura y su música forma parte de mi memoria global y Serrat y Llach y Pau Casals son tan míos como Sabina o Machado o Quevedo. Y a la inversa, espero, si es que ese lavado de cerebros nacionalista no ha producido ya sus efectos, de tal forma que todo al sur de sus supuestas fronteras no cuente para nada ni lo consideren herencia, como si formasen parte de una isla cerrado al tránsito de ideas y las influencias ajenas.

Pero en realidad no quería hablarles de nacionalismos, sino de signos externos y a la envidia que me dan algunos que la exhiben sin reparos. El problema fue la utilización de esas dos franjas de rojo y una de amarillo para componer un kit franquistaimperialnacionalista que aún nos pone los pelos de punta. Cuando no ganábamos nada en las competiciones internacionales no existía ningún riesgo de que nos tocaran el himno de Riego o la Marcha Real con letra de Pemán, ni la bandera tricolor. Porque de no usarlos los signos de nacionalidad se resienten y los extranjeros ni siquiera los consideran representativos ni los tararean. Nadie imagina nada semejante con los dos países occidentales más ferozmente nacionalistas: Estados Unidos y Francia, pero alguien ha decidido que España es una amalgama de naciones pequeñitas, como si Estados Unidos no fuese justamente eso pero además se sintieran parte de un conjunto mas grande que simbolizan las barras y estrellas. O Francia, tan orgullosa de la Tricolor o de un himno guerrero que llama a llenar de sangre enemiga los surcos del arado, que no otra cosa es La Marsellesa.

Deberíamos partir de cero, con los que quieran, y hacer un concurso de ideas para otra bandera y otro himno. Yo la llevaría orgulloso en mi mochila y como ser español da lo mismo podríamos cambiar el nombre a la nación. Total, da lo mismo, el caso es unir y que esas catalanitas se sintiesen tan orgullosas como yo de un puente vasco navarro que nuestros antepasados comunes construyeron en el Camino de Santiago, que esa si que es una patria común hecha de recuerdos y de piedra.

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