unca he visto una cosa así» ha dicho la consellera de Justicia al ver el estado de los juzgados de Benalúa. Me imagino que la cara de sorpresa de la consellera de Sanidad será la misma cuando visite el Hospital General de Alicante y vea con sus propios ojos el grado de deterioro en el que está sumido el segundo centro sanitario más importante de la Comunidad Valenciana, y el de referencia para los ciudadanos y ciudadanas de Alicante, en el que se ha podido seguir prestando una atención digna en estos últimos años gracias al esfuerzo de todos los profesionales que trabajan en él.

Si las obras de infraestructura realizadas en nuestros barrios en los últimos años han permitido vivir sin sobresaltos las consecuencias de unas tormentas que han dejado medio centenar de litros en muy poco espacio de tiempo, no podemos decir lo mismo de nuestro hospital, cuya decadencia es tan grande que las lluvias también han dejado su impronta en su mala salud. Se ha hundido el techo de pladur del Lucernario, ha habido daños en la biblioteca y se pidió a las personas que desalojaran la primera planta del parking, y no precisamente porque se estuviera haciendo un simulacro de nada.

Paralelamente a estos desperfectos por causas naturales hay que añadir aquellos que se producen por la dejadez de la mano del ser humano que nos ha gobernado. En estos días se han estropeado los ascensores que trasladan a los enfermos al quirófano, con los consiguientes retrasos en las operaciones, y los que comunican con el almacén. Tal es la magnitud del mal estado de estas instalaciones que en el Hospital de Alicante no se libran ni los bebés recién nacidos. Los problemas son tantos y tan continuados que incluso los podemos clasificar por estaciones del año: en el verano, desvanecimiento por el calor por falta de aire acondicionado; que nos acercamos al otoño, desperfectos por los efectos de las lluvias torrenciales; si es invierno, falta de ropa de cama; y si lo que llega es la primavera, problema con los menús de los enfermos por falta de comida en las cocinas por cambio de etapa.

Parece una broma de mal gusto, pero es una realidad, eso sí, también de muy mal gusto. Sobre todo porque al mismo tiempo que las necesidades básicas no están cubiertas, a los boletines oficiales casi les ha faltado tinta para poder publicar todas las adjudicaciones que se han realizado y que no eran necesarias. La más sangrante ha sido la realizada en el mes de febrero de este año a una multinacional farmacéutica de 17 millones de euros en material de laboratorio, y todo ello, como siempre sin luz y sin taquígrafos.

El culto de lo privado y la externalización de todos los servicios nos ha dejado, además de sin un duro en la caja de caudales de todos, con unos servicios públicos que están hechos unos zorros, si se me permite esta expresión popular. Da igual que sea un juzgado, un hospital o un colegio. Por cierto, mi hijo también estaba estupefacto el curso pasado sin ir más lejos porque las luces de su clase no dejaban de parpadear, las mesas estaban cojas y jamás vio una puerta en los armarios de su instituto. Ahora hay que rehacer, y si este Gobierno de España no es sensible con las necesidades de financiación de esta Comunidad, espero que en diciembre pongamos las cosas en su sitio y que la cara de sorpresa se les quede a ellos.