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Javier Llopis

Con el agua al cuello

Javier Llopis

La revolución y las variedades

Hay un largo camino entre la revolución y el espectáculo de variedades de Ana Rosa Quintana. Hay una enorme distancia llena de renuncias entre el agitador que predicaba en las calles la necesidad urgente de un cambio radical en esta sociedad y el personaje público que acepta participar encantado en uno de los buques insignia de la telebasura nacional. La decisión de Pablo Iglesias de ponerse a las órdenes de la diva televisiva demuestra que la nueva política se acerca cada día más a la vieja política, ya que sus actores principales coinciden en un rasgo común: son capaces de venderle su alma al diablo a cambio de unos cuantos minutos de prime time en alguna tele de relumbrón.

El programa dedicado al líder de Podemos en Tele 5 es una pieza periodística clásica de la prensa de corazón, que tiene sus referencias en míticos reportajes del papel couché del estilo «Isabel Preysler nos muestra su nueva mansión en Marbella» o «La supermodelo Naomi Campbell nos cuenta sus secretos para estar bella tras cumplir cuarenta años». Son propuestas superficiales pero altamente efectivas, que basan su éxito en ofrecerle al espectador las presuntas intimidades de un determinado famoso, que a cambio de esta «dolorosa» pérdida de privacidad ve crecer su presencia mediática y obtiene un cuantas dosis más de popularidad. Esta fórmula infalible aplicada al personaje que ha conmocionado la política española es, sin ningún género de dudas, un triunfo periodístico de primera magnitud para la reina de las mañanas televisivas, pero ofrece lecturas mucho más complicadas cuando se piensa en las motivaciones que han guiado al hombre de la coleta.

Con su participación en espacios televisivos de este tipo Iglesias cruza la frontera que separa al político emergente de la figura de moda y da su apoyo a una propuesta informativa que está en las antípodas de sus planteamientos ideológicos y que representa muchos de los males que se denuncian insistentemente desde su partido: la conversión de los políticos en una élite privilegiada con tratamiento de vip y la frivolización de la política hasta convertirla en un espectáculo mediático. El líder de Podemos acepta compartir recipiente catódico con la Pantoja, Ortega Cano y otras glorias nacionales del colorín, colocándose en una situación que pone en riesgo su credibilidad política. La respuesta a esta aparente contradicción es relativamente sencilla: Pablo Iglesias da por amortizado el desgaste que le pueda provocar esta insólita experiencia si a cambio obtiene un buen puñado de votos. Estamos ante un ejercicio de pragmatismo, de ese mismo pragmatismo que ha llevado a este dirigente político a rebajar de forma notable el tono radical de sus discursos y a convertir en una suave versión de la socialdemocracia sus planteamientos fundacionales de izquierda dura. Las últimas encuestas electorales resultan especialmente amenazantes para Podemos y para invertir la tendencia vale cualquier cosa, incluida la transfiguración de un prometedor dirigente progresista en comparsa de un show mañanero en el que se mezclan sucesos morbosos, hazañas de cama de alguna tonadillera y la gritería de un grupo perfectamente coreografiado de tertulianos políticos.

El fenómeno no es nuevo. Los que tenemos una cierta edad ya hemos contemplado transfiguraciones políticas muy parecidas. En su día, ya vimos a partidos históricos como el PSOE o el mismísimo PCE diluían de forma espectacular sus mensajes ideológicos en busca de una imagen de moderación que les permitiera acceder a nuevos graneros de voto. A lo largo de 40 años de democracia hemos visto prácticamente de todo: insobornables dirigentes socialistas luchando para que España siguiera en la OTAN, comunistas de toda la vida aceptando entusiasmados la monarquía y hasta Santiago Carrillo participando en un programa de entrevistas con Mari Carmen y sus Muñecos. Vivimos en un extraño país, en el que se da por sentado que la única forma de que un político de izquierdas toque poder es que deje de ser de izquierdas.

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