Me parecen muy ilustrativos los resultados de las investigaciones de Goleman en el sentido de que dos terceras partes de las habilidades distintivas del desempeño laboral «estrella» descansan en las competencias emocionales, mientras que el tercio restante se basa en habilidades cognitivas o técnicas. Estas conclusiones coinciden con otros muchos estudios en la misma dirección. No en vano, los escandinavos centran el liderazgo en la disponibilidad y en el desarrollo de personas, remarcando la importancia de ejercer la autoridad como un servicio. Que hasta para entenderse en el diálogo empresarial y en los equipos de trabajo intervienen todos los aspectos de la inteligencia: los intelectuales y los afectivos; las expectativas, el deseo de hacerse entender, los fracasos, los mecanismos de defensa y la necesidad de imponerse; el deseo de comprender y saber, los condicionantes del carácter, el pasado...

¿Y si el liderazgo fuese efectivamente un servicio? Resulta un error confundir bondad con debilidad, o con el soñador ajeno a la realidad. Ser buena persona es exactamente lo contrario: una fortaleza de actitudes constructivas con sus semejantes. La paradoja son las imágenes que cotidianamente nos presentan del liderazgo caracterizado solo en torno al poder, que no parece que armonice muy bien con el concepto de servicio. Pero desengañémonos, solo existe el auténtico Supermán cuando el actor Christopher Reeve batalló como un superhombre frente a su enfermedad en una silla de ruedas.

El término «liderazgo de servicio» fue acuñado por Robert Greenleaf, en 1970. La idea, según su autor, surgió de la lectura de la novela Viaje a Oriente, de Herman Hesse. Narra la historia de un grupo de viajeros que emprenden un viaje mítico acompañados por un sirviente que realiza las tareas que parecen poco importantes pero que también les apoya con su ánimo positivo y canciones. La presencia del sirviente ejerce un gran impacto en el grupo, ya que cuando éste se pierde y desaparece los viajeros se sienten desprotegidos, desorientados y terminan abandonando el viaje. Sin el sirviente no son capaces de seguir. El verdadero líder del grupo era el sirviente que con sus cuidados desinteresados les guiaba.

Gracias a este tipo de líderes, que abundan calladamente entre nosotros, la situación es menos mala de lo que hemos sido capaces de gestionar y endosar a los sectores más frágiles de la sociedad, sobre todo. Se habló del impacto del trabajo silencioso de las mujeres africanas y su enorme aportación al IPC de África. Pero deberían contabilizarse impactos similares de muchas mujeres y hombres, bien cerca nuestro, que con su capacidad de servicio transforman para bien grandes espacios degradados de convivencia, exclusión social o simplemente degradación familiar. Yo me acuerdo de algunas monjitas que atendían a los sidosos moribundos cuando nadie les quería ayudándoles a morir, confortados y llenos de cariño. Liderazgo transformador el del servicio, que en las empresas, cuando se da, tiene un efecto realmente transformador en resultados y calidad de vida. Vaya desde aquí mi admiración en estos tiempos recios en los que parece que pivotamos entre la vanidad y la decadencia para tantas personas que hacen de su vida un mundo mejor para quienes les rodean, y lo hacen con la inteligencia necesaria de ser grandes escuchadores. Estamos en un tiempo en el que el liderazgo de servicio es más necesario que nunca.