Europa se ha olvidado de sus padres fundadores, de Schumann, de Monnet y De Gasperi, que intentaron forjar un proyecto político más allá del intercambio económico fijado en los tratados de Roma. Los líderes actuales no están a la altura, ninguno. Olvidan la historia de Europa, las más reciente, la de su construcción tras la Segunda Guerra Mundial, precisamente la crisis migratoria fue la que hizo posible la reconstrucción de los países locomotora como Alemania (acudían a trabajar españoles, huyendo de la pobreza del primer franquismo, italianos, turcos?). Y ahora cierran su puertas, ponen alambradas o se pelean por las cifras de acogida a los que huyen de un país en guerra, Siria, en el que se he permitido el desmán del gobierno, la masacre, mirando mientras todas las instituciones miraban hacia otro lado. Una foto, la de un niño sirio de tres años muerto en una playa (sigue sin írseme de la cabeza) ha tenido que remover conciencias, más las ciudadanas y de la opinión pública, para virar la política de los líderes europeos, antes no habían actuado cuando se hablaba de 600 o 700 muertos en pateras zozobradas en el Mediterráneo.

Insisto en que el proyecto europeo fracasa, hace aguas, naufraga. El sueño europeo se ha construido durante mucho tiempo sobre los cimientos de la suma del esfuerzo colectivo y compartido. La crisis de refugiados ha puesto en evidencia las enormes contradicciones que existen entre objetivos comunes y particulares de los Estados miembros. La brecha entre países receptores y fronterizos; las dificultades para señalar cuáles son las prioridades políticas minan a estas horas una de las columnas vertebrales de la UE.

Nos enfrentamos clarísimamente a una crisis de acción de las instituciones europeas. El inmovilismo se ha convertido en divisa, desde el mes de abril, los jefes de Gobierno o los responsables ministeriales se han reunido alternativamente para escenificar una suerte de diálogo de sordos entre intereses enfrentados en el seno del Consejo. Se ha avanzado poco y se ha emplazado mucho. No se ha hecho nada para desarrollar un verdadero sistema europeo de asilo que supere las debilidades de los Estados miembros; no se ha dotado a la Agencia Europea del Asilo y Refugio de mayor peso específico; se ha ampliado la dotación de Frontex pero no se han cambiado sus marcos de acción. Y sobre todo, no se ha hecho nada para avanzar en la resolución de los conflictos que afectan a los países de la vecindad: ni se han establecido sanciones a la venta de armas, ni se han propuesto la apertura de corredores humanitarios, entre otras.

En esto tiene bastante que ver la citada la miopía de muchos líderes europeos, como sería el caso del primer ministro húngaro. De manera recurrente se habla de «efecto llamada» olvidándose de las causas (efecto empuje) que provocan los movimientos de personas. Y como no se puede solucionar algo que se ignora es evidente que tampoco se ha hecho nada para terminar con el origen del problema. Esto junto con la ausencia de un cambio en el enfoque de la política de inmigración y asilo que vaya más allá de la territorialidad y de la «Europa Fortaleza».

En estas circunstancias es necesaria una respuesta institucional rápida y eficaz. Ante la inoperancia y falta de sensibilidad por parte de los gobiernos, y el auge de la xenofobia en el territorio europeo, buena parte de la sociedad europea ha comenzado a tomar las riendas de la situación. Las acciones impulsadas por ayuntamientos, organizaciones humanitarias y, la propia ciudadanía para atender a los refugiados abren una puerta a la esperanza. Algo que hará que pervivan las ideas y valores que los líderes europeos impulsaron en la postguerra europea. La cuestión es si en este caso será tan efectiva como lo ha sido en el terreno económico, y si ello no supondrá el surgimiento de una UE intergubernamental que se aleja de la «creación de los Estados Unidos de Europa» que alguna vez soñó Churchill (¿le sonarán a Cameron estas palabras?).