Desgarrador, vergonzoso e indignante. Ese fue el primer sentimiento que tuve al ver en los medios de comunicación a aquel niño, casi bebé, ahogado en la orilla de una playa del mar Egeo al volcar la barcaza en la que venía junto a su familia huyendo de una guerra. Aylan, así se llamaba aquel niño, solo ha podido dar amor durante tres añitos de su corta vida. Nació en un país en guerra y asolado por las bombas. Qué mala suerte la suya. Por cierto, la geopolítica de determinados países con intervenciones militares en la zona caliente de Oriente Próximo está finiquitando el equilibrio interno, y está teniendo unas consecuencias desgarradoras y dolorosas para cientos de miles de ciudadanos, donde unos son abatidos por los obuses y los disparos de mortero dentro de sus propias fronteras, y otros son abatidos, durante su éxodo, por las olas y la crudeza de la «madre» naturaleza. En esta crisis humanitaria, Europa, las instituciones europeas y los gobernantes que nos dirigen están siendo bastante hipócritas con esta problemática y están tardando demasiado en dar respuesta a una crisis de alto calado humanitario. En España hubo, durante y tras la Guerra Civil, 500.000 ciudadanos españoles exilados que huyeron a refugiarse a otros países para evitar la represión y la dictadura franquista. Se iban para salvar su vida y la de los suyos. Refrescar la memoria también es recordar a aquellos antepasados que fueron actores involuntarios de una emigración forzosa, masiva y dolorosa. Los refugiados que están llegando a nuestro continente también vienen forzados por guerras injustas e innecesarias.

Luego está la hipocresía de esa parte de la sociedad española que aun declarándose oficialmente cristiana hacen caso omiso de la fe que dicen profesar y a la hora de la verdad rechazan cualquier acogimiento de seres humanos que necesitan ayuda y asilo. Seguramente ese «dios» al que imploran en sus plegarias haría lo contrario de lo que ellos proclaman. Y esto vale también para nuestros gobernantes, que los días laborables niegan una solución humanitaria al drama que se vive hoy en Europa y los días festivos «rezan» en las iglesias por los más necesitados, dándose golpes en el pecho pero luciendo sus mejores galas. Es bochornoso e hipócrita la actitud de algunos ciudadanos anónimos que escondidos bajo un falso «catolicismo» niegan el derecho de acogida hacia el más débil e incumplen uno de los mandamiento de su guía espiritual «amar al prójimo como a ti mismo». Escuchar hoy al Papa Francisco es una terapia sumamente aconsejable para aquellos que alimentan en su interior la xenofobia y el racismo.

Con la crisis económica y la gestión de ella, así como lo ocurrido con esta crisis humanitaria hay que decirlo alto y claro: Europa está en decadencia. Y nuestros gobernantes también, los de allí y los de aquí. Aquellos porque no tienen prisa en tomar decisiones esperando que se pudra la situación, y los de aquí porque les importa mucho más la campaña electoral y ganar las próximas elecciones generales que ser solidarios con aquellos que huyen de las guerras y el hambre. Por cierto, ¿dónde están en este conflicto humanitario los partidos de la izquierda moderada? ¿Dónde esta la Internacional Socialista? Pues parece que ni está ni se la espera.

Como dice el padre Ángel, de Mensajeros por La Paz, «no podemos quedar impasibles ante lo que está aconteciendo». La solidaridad mostrada por los ciudadanos en algunos países de nuestro entorno, no sé si son mayoría, deja traslucir los buenos sentimientos individuales, pero luego está la obligación que tienen los gobiernos democráticos como garantes de los derechos humanos, y aquí el ejecutivo del PP está reaccionando mal, tarde y de manera timorata. Y un apunte final: tras la invasión de Irak, en 2003, hoy el mundo es más inseguro e inestable, y esta crisis humanitaria tiene mucho que ver con aquella invasión. Pues eso, ni más ni menos.