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Jorge Fauró

Un arma poderosa

Que España es un país de expertos lo sabe todo el mundo. Me temo que no sea una cualidad en exclusiva de nuestro pueblo y que ese atrevimiento con que muchos se lanzan a difundir el pensamiento automático escape más allá de las barras de nuestros bares o su equivalente digital, a saber, las redes sociales. Imagino que los pubs del Reino Unido, los cafés parisinos o las cervecerías de la Kudamm también tendrán su equivalente a ese púlpito de sabiduría desde el que se lanzan opiniones con la misma seguridad con que tu cuñado diserta en la cena de Nochebuena sobre la independencia de Cataluña. Esta semana han sido miles los comentarios sobre la inoportunidad de difundir la imagen del niño sirio en la playa. He llegado a leer que este tipo de fotografías no deben publicarse en los medios de comunicación porque buscan el morbo y levantar la venta de periódicos, argumento habitual de esa corriente filosófica del que todo lo sabe, o sea, el cuñadismo. El argumento más contundente contra esa ola de pensamiento se lo leí al jefe de Fotografía de este periódico, Rafa Arjones, en respuesta a un lector furibundo que condenaba en una red social la publicación de la imagen con el cuerpo inerte del niño Aylan Kurdi: «Si los periódicos no hubieran publicado esa foto, jamás habríamos sabido que el niño había muerto». La fotografía continúa siendo más poderosa que cualquier arma de destrucción masiva, aunque solo sirva para que el cuñado de turno se entere de que hay una guerra en Siria donde, como en todas las guerras, mueren inocentes. El conflicto en Vietnam arrastraba miles de víctimas y una impunidad indecente del Gobierno de Estados Unidos para cuando la prensa de aquel país publicó en portada la foto de la niña del napalm que precipitó la indignación de todo el planeta y el fin de la guerra. Los periódicos vamos a seguir publicando ese tipo de imágenes porque remueven conciencias, tienen un enorme valor informativo y porque trasladan a los hogares el drama que se vive en este u otros rincones de mundo. Oponerse a eso es no querer ver lo que ocurre más allá de nuestra zona de confort, no sea que nos preguntemos por qué los gobernantes a quienes dimos nuestro apoyo no hicieron nada por evitar la muerte de inocentes.

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