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Antonio Sempere

Tribuna

Antonio Sempere

El valor de las retretas

Sin proponérselo, el acto de la Retreta, tan polémico, (reconvertido de cita simétrica a la diana mañanera a desfile crítico y satírico) ha cumplido en los últimos treinta y cinco una labor terapéutica. El ingenio y la osadía de los festeros se han atrevido a mostrar a base (en muchas ocasiones pancartas reivindicativas en ristre) esa otra Historia de Villena. La no oficial. La de los políticos que dieron gato por liebre. La del incumplimiento de las promesas electorales. Si analizásemos las Retretas de las últimas tres décadas con detalle, podríamos reconstruir el mapa de lo que pudo haber sido y no fue, la transformación de la Villena de la transición a la actual.

No son días de dramatizar. La Retreta, a la manera de una versión local de la revista 'El Jueves', nunca lo ha hecho. Pero ha dibujado para la posteridad una intrahistoria de asuntos muy comentados por la ciudadanía y que rara vez han quedado reflejados negro sobre blanco en toda su crudeza.

Incluso a mí, que siempre aposté, desde mi tiempos de cronista de la Junta Central, hace ahora 30 años, por sustituirla por un Desfile de Escuadras Especiales, me ha ido calando en positivo ese otro espíritu de la Retreta, verdadero análisis sociológico en versión satírica de la actualidad local.

Los lemas que la ciudad ha empleado para vender sus excelencias han sido tan acertados como elocuentes: 'Villena, un tesoro' y 'Fortaleza Mediterránea'. No engañan. En la provincia, si nos referimos a patrimonio, apenas Orihuela podría mirarnos de tú a tú. Sin embargo, a mi juicio, Villena se hubiera merecido por parte de las administraciones mucho más atenciones y de las recibidas. Villena debió ser tratada, desde el primer día en que se echó a andar el Estatuto de Autonomía, como lo que es, capital de comarca, y no de una comarca cualquiera, la del Alto Vinalopó. Un puesto estratégico, cruce de caminos, el vértice de la provincia de Alicante que la une con Valencia, Albacete y Murcia.

Villena, por su situación estratégica, debió ser de las primeras ciudades en contar con un Hospital Comarcal. Y con muchas más dotaciones educativas, científicas, culturales. Una ciudad de semejante rango histórico, imbuida de parajes naturales bien conservados y alejada de los atropellos urbanísticos de la costa, debía ser referente monumental y ecológico. Aunque en este sentido está dando pasos, sin prisa pero sin pausa, debió emprenderlos mucho antes.

En estos últimos cuarenta años referidos nos hemos visto sorprendidos por noticias muy adversas. Villena no se libró de un centro penitenciario que nadie quería, ni de la llegada de las basuras de la más diversa procedencia. Por otra parte, la joya de la corona, la línea ferroviaria que desde hace 160 años une a la población con Madrid y con Alicante desde el mismísimo Paseo de Chapí, sufrió el mayor revés imaginable. Los cantos de sirena de la alta velocidad se llevaron la estación a un lugar imposible (más cerca de Sax), y el privilegio de los villeneros de viajar desde el centro de la ciudad hasta destinos como Barcelona, Santander, Gijón, Galicia o la frontera francesa, fue interrumpido de un día para otro. Para siempre. Buena parte de la población pedía soterrar las vías. Además de no conseguirlo, ni siquiera funcionan unos cercanías mínimamente dignos entre la vía todavía en uso entre Villena y Alicante.

De todos estos temas y de muchos otros dieron fe, con abundante imaginación, los festeros que durante los últimos treinta años participaron en la Retreta. En una especie de derecho al pataleo, de filosofía de la vida que nos lleva a reír por no llorar, un pueblo que no tiene un pelo de tonto manifestó (se manifestó) como pudo. Y este año lo va a seguir haciendo.

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