Para nosotros son personas, familias que han vivido la atrocidad de una guerra y escapan de horrores que nos encogen el corazón, pero para este Gobierno son simples goteras. Y el mismo día en que el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, comparaba a los refugiados sirios que de forma dramática llegan hasta Europa con las «goteras que hay que taponar en una casa», el buque que Médicos Sin Fronteras tiene en el Mediterráneo rescataba a cerca de 700 náufragos de una muerte segura, mientras miles de refugiados seguían llegando a las costas italianas, griegas y turcas, o a las islas de Lesbos, Kos y Lampedusa tras arriesgar su vida en una travesía incierta.

Que un Ministro del Interior pronuncie una crueldad semejante es un paso más en la descomposición moral que Fernández Díaz ha demostrado hacia los inmigrantes, empeñado como está en despojarles de su condición de seres humanos para convertirlos en cosas molestas, peligrosas y carentes de cualquier derecho, incluso de su derecho a la vida. Pero no deja de sorprender el cinismo que supone en alguien que hace proselitismo de sus creencias ultracatólicas del Opus Dei, preocupado por la defensa de los embriones pero capaz de hablar de forma tan salvaje de cientos de miles de personas, familias, mujeres y niños cuyo único delito es tratar de escapar de la muerte de los bombardeos en Siria, de las ejecuciones bárbaras del Estado Islámico o de ser subastadas como animales en cualquier mercado. Es verdad que no es muy distinto de lo que otros compañeros suyos de la Obra han hecho con anterioridad, como Federico Trillo con las víctimas del Yak 42 o Juan Cotino con los fallecidos en el accidente del metro de Valencia. Pero imaginar a los 72 muertos por asfixia en un camión en Austria, a 700 ahogados de un barco frente a las costas de Libia o a los miles de personas que se ha tragado el Mediterráneo frente a Lampedusa reducidos a una simple filtración de agua supone una degeneración moral que marcará a un Gobierno caracterizado por su crueldad hacia los más débiles.

No es que al ministro Fernández Díaz le preocupe ahora la fontanería migratoria, teniendo en cuenta que esos cientos de miles de refugiados sirios están llegando a países del centro y norte de Europa, sino que con ello pretende deshumanizar y despojar de su condición de personas a esos cientos de miles de seres humanos que vemos deambular como zombis por Europa, desembarcando en playas, durmiendo en las calles, cruzando alambradas de afiladas concertinas con sus hijos a cuestas mientras se nos hace un nudo en el estómago y no paramos de preguntarnos dónde están nuestros dirigentes que presumen de una Europa próspera y rica, que salvan a los bancos mientras son incapaces de responder a la mayor tragedia humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Pero con ello nuestro Gobierno pretende también regatear a la Comisión Europea la escasa cuota de refugiados sirios que le toca acoger, de la misma forma que otros regatean el precio de las mujeres esclavas que son subastadas en los mercados del Estado Islámico.

Reducir la magnitud de una crisis humanitaria a simples cifras es una coartada para deshumanizar a las personas que la sufren, pero a veces las cifras son tozudas y demuestran sin asomo de duda las responsabilidades de cada cual. Desde que en el año 2011 comenzó la guerra en Siria, se estima que han muerto unas 350.000 personas en un país con una población de 17 millones, de las que 12,2 millones necesitan asistencia humanitaria y 7,6 millones son víctimas de desplazamientos. De hecho, más de 4 millones son acogidos por países de Oriente Medio y África como Turquía, Líbano, Jordania, Irak o Egipto. Solo el Líbano, un país con 4,5 millones de personas, habría acogido ya a 1,3 millones de refugiados. Todo ello sin contar las victimas de las guerras en Libia e Irak, conflictos todos ellos de los que Europa tiene una gran responsabilidad. Solo con ver las barbaridades que desde hace años han informado los medios de comunicación sabíamos que se desencadenaría una crisis humanitaria, frente a la que Europa no ha hecho nada en estos últimos cuatro años.

Ahora, la Comisión Europea ha fijado unas cuotas mínimas de 40.000 refugiados acogidos en un año por todos los países europeos, de los que a España le corresponden 5.837 atendiendo a parámetros como población, desempleo y PIB. Es decir, que Europa solo acogería el 0,5% de los refugiados sirios, pero nuestro piadoso Gobierno del PP rechaza ese reparto y afirma que únicamente acogerá a 2.739 para un país como España que es uno los estados europeos que menos reconocimientos de asilo y protección concede a los refugiados. Todo ello, además, cuando hasta Europa han llegado solo en el primer semestre del año más de 350.000 refugiados procedentes de Oriente Medio.

Pero no nos engañemos, el problema no es de cuotas, sino de respuestas humanitarias en línea con los sentimientos solidarios que forjaron el proyecto europeo.