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Abdulá Kurdi el pequeño Aylan y su hermano Galib se le escurrieron de las manos cuando huían de mala manera del infierno sirio. A muchos se nos han escapado nuestros pequeñajos aunque solo fuera de vista y de la agonía no se sale hasta que instantes después aparecen tal cual. No es el caso de Abdulá. Él ha perdido a su familia tras zozobrar el bote frente a una playa turística turca, donde el tierno cadáver de su criaturita ha dado la vuelta al mundo. Los Kurdi se subieron a esa balsa después de que Teema, la tía de los críos y residente en Vancouver más de 20 años, intentara, con ayuda de amigos y vecinos para los créditos bancarios, que fueran acogidos pero la petición de asilo acabó en la papelera. Nada más propagarse la famosa imagen, el Gobierno canadiense ofreció instalarse a Abdulá, lo que rechazó sin dilación puesto que ya no tiene de quién preocuparse. Aunque llamativo, lo sucedido con los Kurdi y con Canadá re-

presenta apenas unas gotas en el caudal de desesperación que quiere agarrarse al Viejo Continente y que a éste viene escapándosele de las manos. El primer ministro húngaro, Viktor Orban, que se está luciendo, ha clamado por proteger las fronteras porque el flujo de refugiados constituye una amenaza para Europa. Es mentira. La invasión supone un tanto por ciento insignificante. La prueba es que Merkel se ha situado en el polo opuesto y, salvo intransigentes, los alemanes están por la acogida. A Europa le ha llegado la hora de decantarse sobre el papel que como sociedad avanzada le toca jugar y qué tipo de valores pretende transmitir. Dado que las superpotencias actúan en los países fuente de conflicto cuando tienen algo que rascar, la movida seguirá y apremian acuerdos. Pero no se crean. Habrá quien esté diseñando, de cara a ciclos venideros, tours por campos de refugiados. Ahí nadie nos va a superar.

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