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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Buenos y malos

Hubo un tiempo en el que solo teníamos noticia de un Muro de la Vergüenza, el de Berlín, que lo habían levantado los malos. Eso, quieras que no, resultaba muy tranquilizador porque cada uno hacía lo que le correspondía: los malos, el mal y los buenos el bien. El día tenía 24 horas, el año 12 meses y las semanas 7 días. La vida estaba en orden. Hacerse mayor fue tremendo, no porque las horas dejaran de tener 60 minutos (que con frecuencia también), sino porque el mal era a veces un excelente productor del bien y viceversa. Viene todo esto a cuento de que ahora los muros de la vergüenza los levantan los buenos. O, sea, nosotros. Y son mucho peores que el de Berlín, porque aquél tenía al menos la elegancia de la piedra, además de ser el objeto visible de la Guerra Fría, que dio para muchas y excelentes novelas de espías. Consolidó un género.

Los malos construían mejores muros de la vergüenza que nosotros, los buenos. Trato de imaginarme qué diría, de vivir, el prefecto de disciplina de mi cole, que cuando llegábamos a la lección del Muro de Berlín elevaba los brazos para clamar al cielo y se ponía rojo de la santa ira que le provocaba aquel sindiós. ¿Qué pensaría de los muros que levantamos en la actualidad? No hay día sin que aparezca uno nuevo, cada vez con las cuchillas más enhiestas a fin de provocar más desgarros musculares, más descosidos, más litros de sangre también, en fin, mayor espanto. Lo que me pregunto es si hemos dejado de ser los buenos, si ya entonces éramos los malos, o si ni entonces ni ahora éramos una cosa ni otra, que es lo más probable. Quizá éramos y somos unos gilipollas.

El caso es que el tablero de ajedrez que venía siendo la vida se ha deformado con los años, al modo de los relojes blandos de Dalí, y no hay forma de conocer los movimientos del caballo ni del alfil ni de las torres, ni de nada. Las aguas fecales se mezclan con las de consumo, la temperatura de la Tierra sube, Rajoy y Merkel se fotografían para fingir que la emergencia humanitaria está bajo control, mientras el sálvese quien pueda llega a la existencia cotidiana de las personas y los pueblos con la fuerza de una peste medieval.

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