Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arturo Ruiz

Un modelo equivocado

Hay muchos pueblos que un día concreto, a una hora específica, dejaron de contar con tren, cerraron su estación y se vieron aislados del mundo, de la modernidad que habían heredado décadas atrás. Les pongo un ejemplo: exactamente a las 12.01 del 10 de febrero de 1974 se detuvo en Dénia el último ferrocarril que durante casi un siglo había unido esta ciudad con Gandia y Valencia: habían viajado 3 pasajeros que pagaron 32 pesetas, además del maquinista y el revisor. Aquel tren jamás volvió. Su estación es hoy un museo. A mediados de los setenta, en pleno acelerón del primer desarrollismo, lo que estaba en boga era la carretera -la actual AP-7 empezó a construirse por aquellos años- y a fuerza de no invertir los viejos trenes languidecieron y perdieron pasajeros en picado.

Ahora bien, lo que sorprende es que cuarenta años después, cuando aquel modelo de comunicaciones se considera hoy defenestrado y existe una rotunda apuesta mundial por el transporte público y el ferrocarril, con miles de kilómetros de AVE por todas las geografías, provincias como la de Alicante sigan arrastrando un impresionante déficit de inversiones en su red de cercanías, condenada al mismo círculo vicioso: no invierto en ella, no la usan pasajeros y por lo tanto digo que no es rentable. El tren entre Alcoy y Xàtiva, el que une Alicante con Murcia a través de Elche y Orihuela o la línea 9 del TRAM entre Benidorm y Dénia son decadencias incuestionables.

Es una concepción equivocada. En primer lugar porque no es verdad que esas conexiones no sean rentables. Lo serían con mejores frecuencias, con mayores cuidados. Estudios sobre el Tren de la Costa (una infraestructura que lleva años arrinconándose en los presupuestos, que algún día deberá unir por el litoral Valencia con Alicante y que es vital para el porvenir de un gigante turístico como Benidorm y las comarcas de la Marina) certifican que ese enlace contaría con más pasajeros y mayores beneficios económicos que algunas líneas de la Alta Velocidad.

Y en segundo lugar, desde el punto de vista moral: aquí dividimos entre ciudadanos de primera (aquellos que viven en grandes capitales con excelentes comunicaciones) y los que habitan municipios y pueblos de tamaño medio con menos demografía (menos votantes, me temo) condenados al colapso del automóvil y sin un tren vital para su futuro social y su calidad de vida. Paradójicamente muchas de esas localidades contaron hace un siglo con transportes de prestaciones mucho más racionales que las actuales. En países como Gran Bretaña, Bélgica o Francia sería inconcebible este lento desmantelamiento del tren de proximidad a lo largo de las décadas. Pero aquí sólo invocamos a Europa cuando nos interesa.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats