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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Al vecino, ni agua

Escribo esta columna desde Castilla la Mancha. No es baladí advertirlo en este caso, porque en gran parte lo que escribes es consecuencia de lo que te rodea, en muchas ocasiones incluso sin darte cuenta, porque tu mente es permeable a los sentimientos que están a flor de piel. Me he dado cuenta de que para los castellano-manchegos somos unos peligrosos depredadores que para cantar en verano cual cigarras queremos acabar con los pobres agricultores-hormigas arrasando sus recursos naturales y su medio de vida. En esta tierra desde la que escribo, piensan que en Alicante vivimos de vicio gracias al turismo que nos invade y a los limoneros y las alcachofas que son una plaga, sin que tengamos que hacer nada, sin mover un dedo. Encima somos los tipos más despreocupados con el medio ambiente, con la explotación de recursos y con la corrupción, que para algo rendimos pleitesía a los Enrique Ortiz de turno.

No es caricatura, es lo que repiten los informativos en todos sus telediarios regionales y lo que machacan una a una las autoridades autonómicas, con su presidente a la cabeza. No me extraña que después de una inmersión semejante el castellano-manchego más templado opine pestes de los alicantinos y piense que no deben darnos ni agua, y nunca mejor dicho, no vaya a ser que nos convirtamos en parangón de las tierras patrias. No tengo yo muy localizada la cita, pero me parece que fue Montesquieu quien escribió: «Si sólo quisiéramos ser felices, sería fácil; pero queremos ser más felices que los demás, y esto es casi siempre difícil, ya que los creemos más felices de lo que son».

Me temo que nos creen más felices de lo que somos y así no hay modo, porque con tal ficción será difícil que puedan cubrir la distancia que nos separa. Cuenca es una de mis ciudades favoritas y algunos de mis ancestros remotos nacieron por allí, pero claro no me la imagino abarrotada de turistas británicos gracias a los cielos, que cada cual tiene que tener su especialización y a la ciudad de las Casas Colgadas (ojo, no Colgantes) le va de vicio con el turismo interior y la gastronomía, y hasta los japoneses están llegando desde que hay AVE. Estaría bien que a cada cual le dejasen con su cosa y no machacasen en la tele autonómica con lo horroroso que es el turismo de playa de Benidorm, añadiendo -claro- que sin el agua de Castilla La Mancha (sic) los hoteles morirían de hastío y no acudiría a nuestras costas ni el Tato.

Hay mucho de irracional en luchar por algo que no nos pertenece. Peleamos más que por ganar nosotros por no beneficiar a nuestros vecinos, y ante esa posibilidad erizamos las espinas y adelantamos las líneas de defensa. El caso es que la envidia que nos produce la barbacoa gigante de la casa de al lado nos provoca unas ganas irresistibles de prender fuego a nuestra vivienda aunque salgamos perjudicados por las llamas. Lo de quedarnos tuertos a cambio de que el enemigo se quede ciego.

La lucha por cerrar el Trasvase que este verano ha sido apoteósica, da munición para los nuevos dirigentes y les evita hacer propuestas imaginativas para desarrollar sus recursos propios. Es tan sencillo buscar un rival y levantar en armas a los pueblos como izar la bandera de «nos están robando nuestra agua». Sencillo pero eficaz. Aprovechando que el Tajo pasa por allí quieren levantar un muro y no dejar que una sola gota cruce las fronteras autonómicas. ¿Para qué? , ah, sí, para desarrollar más agricultura a precios subvencionados que permitan competir con Marruecos o con Ucrania, porque, desgraciadamente, a precios reales nadie sería capaz de competir en el mundo con un grano de cebada producido aquí. Critican nuestro despilfarro pero yo he visto con estos ojitos que se ha de comer la tierra una autopista entre Toledo y Cuenca completamente vacía. Claro que eso no debe ser derrochar el dinero sino ayudar a mejorar las comunicaciones. Y a lo mejor la pasta ha salido de lo que los hoteleros de Benidorm han repartido por España a base de impuestos.

Pero parece que gritar mucho y repetir las cosas funciona, de tal forma que tengo unas ganas enormes de llegar a Alicante y volar el Trasvase para siempre y beber San Pellegrino que me gusta mucho más que el agua del grifo. Dónde va a parar.

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