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Crónicas precarias

En la frontera

Acaba el verano y con él nuestros abnegados trabajadores en busca de un futuro mejor regresan a sus países de acogida. Mientras, nosotros nos vemos asediados por miles y miles de refugiados que llegan aquí para fastidiarnos. Como si no tuviéramos suficiente con este calor. Nuestros emigrantes son seres excepcionales, talento puro, diamantes en busca de alguien que los pula. En cambio, ¿qué nos trae Siria? ¡Morralla! ¡Si a lo mejor muchos ni siquiera tienen un máster! No entiendo por qué no pueden mandarnos líderes carismáticos y emprendedores dinámicos en lugar de gente traumatizada por la guerra.

Empiezo a pensar que los refugiados que intentan llegar a Europa no tienen muy claro cuál es su papel en el tablero internacional: muertos ellos bajo las bombas, violadas y esclavizadas ellas. Así, sí. O degollados todos. También pueden asfixiarse dentro de un camión o ahogarse en el Mediterráneo. Y, si lo prefieren, siempre tienen la opción de sacrificarse para salvar algún tesoro arqueológico que consideremos un bien de toda la humanidad. Esta última salida tiene un toque romántico y aventurero que apreciamos mucho por estos lares.

En fin, que tienen un amplio abanico de posibilidades a las que dedicar sus miserables existencias ¡Que no se quejen de que no ofrecemos alternativas! Lo importante es que que podamos compadecernos de su suerte y se nos encoja un poco el estómago antes del pronóstico del tiempo. Pobre gente, qué lástima. Mira, mañana llueve. Y si todo se ilustra con niños de ojos grandes y oscuros, muchísimo mejor.

Como mucho, como muchísimo, somos capaces de soportar que los demandantes de asilo lleguen a países como Macedonia, que nos pilla lejos, nos parece un poco subdesarrollado y probablemente ni siquiera sepamos situar en un mapa. Además, así podemos mirar a sus dirigentes con cierta superioridad moral, ¡qué crueles e inhumanos están siendo las autoridades macedonias con los refugiados! No como nosotros que ehhh, mmm, ehhh? ¡Muy mal Macedonia, qué poca compasión!

¿Tiene usted un alma caritativa? Tranquilo, ahora que el nivel de desgracia está alcanzando unos límites demasiado altos para nuestro pudor, la Unión Europea pondrá en marcha alguna iniciativa para paliar la tragedia. Ya saben, la típica directiva comunitaria de «400 refugiados y 60 vacas para ti, 600 refugiados y 12 tractores para mí». Acogemos a unos cuantos y en noviembre nadie se acuerda del drama estival.

Por si acaso -y para evitar encariñamientos- cuando nos referimos a los refugiados hablaremos siempre de avalanchas, olas y desbordamientos. Como si fueran una gota fría en lugar de una ingente cantidad de seres humanos caídos en desgracia. Los repartimos en cuotas y cupos, los reducimos a números de tres o cuatro cifras porque así es mucho más sencillo negarles la esperanza. Como si fueran kilos de melones o cajas de botijos que no sabemos dónde guardar.

De hecho, el Gobierno español ya hizo gala de una tremenda sensibilidad hacia estas cuestiones unas semanas atrás, cuando se negó en rotundo a recibir «la cuota» de refugiados que le exigía la UE. Así de chulos nos ponemos. Precisamente nosotros, como si estuviéramos en posición de dar lecciones sobre migración a alguien. Está claro que nos gusta la movilidad exterior, pero siempre de los nuestros hacia fuera. Que no nos traigan gente sucia y triste, aquí no tenemos sitio.

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