na vez más Umberto Eco la «ha liado parda», pero bien parda. Ha puesto el dedo en la llaga, o la llaga bajo un gran de dedazo, el suyo, para señalar una polémica que cada vez más es el centro del futuro. Este viernes estuve con un buen amigo, el gran Tallafé, Manuel Tallafé, que con un «agüita» de Vichy (porque señores, lo sano es lo que se lleva, como me decían dos grandes periodistas adictos al triatlón español, pero en práctica propia...) me contaba cómo estaba rodando un corto alicantino, con un genial productor y director de esta tierra, en el que el futuro precisamente se distinguía por los adictos e inmersos en el sistema telemático general y en las redes sociales o los que no€ de tal guisa y manera que a los que no están en el «sistema» los marcan como las ovejitas negras, o, a lo peor, como a los pobres judíos bajo el régimen nazi (por cierto, menuda panda de antisionistas pseudonazis que se concentran últimamente por Europa al grito de una supuesta libertad que hace carnet de limpieza musical€). Pues ese futuro, señores, no está tan lejos. Y si no, que se lo digan a los ciudadanos cuando van a Hacienda, a millones de instituciones públicas o a donde sea a tramitar algo, incluso en el cole de tus hijos, donde o te descargas de la web y la plataforma la lista de los libros (antaño «analógicamente» distribuida entre las mochilas de los peques...) o te «dan por saco» pero con sintonía músical incluida. Y en medio de todo esto, entre plataformas digitales y hasta, si te descuidas (cada vez más...) sexo digital, la vida transcurre en un devenir que nos tiene desconcertados a los que nos gusta también la vida real. Conste que me fascina la gran red social, internaútica y digital en la que vivimos€ me tiene loca ver cómo el mundo se ha transformado hasta comprar, leer, consultar, pagar, cobrar, crear y hasta amar es más fácil en Internet que casi casi en la realidad. Pero cada vez más me parece que lo de comerse el chuletón, el arrocito (hasta casi con los deditos), beber un vino en copa de toda la vida, mirar el sol y mojarte los pies en el agua y amar, amar, pero estrujando la piel hasta que el tacto te resucite a la vida por «osmosis», es como insustituible, ¿no creen? Vamos, no veo yo a María José San Román figurando en digital granitos de su increíble cocina€ Y desde luego me moriría por ir a Nueva York a escuchar a Jordi Bernácer o por recorrer la alfombra de Madrid (al cielo casi...) con David Valero y Adán Aliaga. Pero en medio de todo esto, llegó él, Umberto Eco, y como no podía ser de otra manera al estilo Orianna Fallaci sustituyó a los «bárbaros tecnológicos» por el directo «la red está invadida de imbéciles» (más menos dixit). Y ale, con esa prepotencia muy propia de intelectuales de éxito se despachó dejando una estela, a su paso, que parecía la hierba arrasada de Atila y los hunos€ pero no contentos con ello, esta semana concluye con Gala González gritando en una portada lo que sigue: «No soy bloguera, yo influyo en la gente»€ ¡ toma ya! Dos cositas en este enorme desparrame de prepotencia general€ a ver guapa, ¿y qué eres? Es decir,€ como diría alguna de las «mascachicles» de toda la vida, eres catedrática de Matemáticas, literata, médico, repostera, concinera, abogada, empleada de un Carrefour con toda su grandeza... ¿o qué corcho eres? Pues bloguera, y digo yo que a mucha honra€ ahora que si en este momento resulta que surge la nueva palabra «influencer» se ha convertido en el término de moda del universo «cool» para definir en un cajón de sastre lo que Umberto precisamente denuncia, pues desde la «Paca» de mi calle hasta yo misma, y con todo el respeto, somos «influencers» y «defenders» y lo que se nos antoje hasta el paroxismo. En fin, que esto de la red lo que sí está haciendo es mucho daño a alguna mente perdida, pero ojo, no a las supuestas imbéciles, esas son divinas. Y quisiera Gala. Bon diumenge (así ya estoy en la línea actual€ jejej).