No sabemos cómo tomarnos la contestación dada por el nuevo Ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo de Méndez de Vigo y Montojo, hace unas semanas a un periódico de tirada nacional cuando le preguntaron si le gustaba el cine español. El ministro dijo que por supuesto y que prueba de ello era que no se perdía una película de Cine de Barrio programa que se emite en TVE todos los fines de semana y en el que las películas más asiduas y vistas son las protagonizadas por Paco Martínez Soria o por Alfredo Landa en alguna playa española de los años 60 del pasado siglo.

Podríamos pensar que en su respuesta hizo gala de esa ironía de la que a veces hacen uso los aterciopelados miembros de la aristocracia española, Méndez de Vigo es IX barón de Claret, y que lo que en realidad quiso decir es que le parecía tan malo el cine español que para poder ver alguna película de calidad grabada en España necesitaba retroceder cincuenta años cuando, al parecer, y siguiendo este argumento irónico, fueron los últimos años en los que en España se hicieron películas dignas y adecuadas para poder ser citadas por un ministro del Gobierno de España. El aspecto negativo de esta línea de pensamiento es que en esta época de nuestra reciente historia buena parte del cine que se realizaba, y que por tanto lograba el beneplácito de la censura del régimen franquista, reflejaba el pensamiento que el franquismo quería imponer en nuestro país: una sociedad machista donde el clasismo y lo rancio eran la tónica a seguir. Decir, por tanto, que se prefiere el cine de aquellos años supone poner en alza un tiempo regido por unos valores caducados en el que las libertades individuales brillaban por su ausencia.

O tal vez la respuesta del ministro se deba a un desconocimiento real sobre el cine español que resume el poco interés que tradicionalmente ha tenido la derecha sobre todo aquello relacionado con la cultura española, tendencia que se acrecentó con el incremento económico del nivel de vida durante los años de la burbuja inmobiliaria y que supuso que el dinero, la ropa de marca y la ausencia de interés sobre los problemas reales de la gente se impusieran a todo aquello que oliese a cultura. Se ha dicho en numerosas ocasiones la necesidad de crear una identidad cultural propia española capaz de ser susceptible de ser exportada. No sólo hay que vender al exterior aceite, latas de conservas o zapatos, también se hace imprescindible ofrecer una idiosincrasia propia que englobe la literatura, el arte y el cine; tres conceptos básicos que si contasen con el apoyo decidido de la derecha española, que ha gobernado durante los últimos años en la casi totalidad de las CC AA, no sufrirían el menoscabo actual en que se hallan inmersos.

Tampoco estaría de más que el Partido Popular eligiese, algún día, un ministro de Cultura que haya tenido en los años anteriores a su nombramiento alguna actividad cultural reseñable. Recordemos que en legislaturas anteriores lo fue Mariano Rajoy, cuya única lectura conocida es la de un diario deportivo, e incluso Esperanza Aguirre. Qué lejos quedan aquellos años donde pudimos contar como ministro de Cultura con Jorge Semprún, intelectual de reconocido prestigio en Europa.

Sigue pendiente la aceptación, por parte de Partido Popular, de la existencia de un entramado cultural español que, englobando multitud de disciplinas, se pueda mostrar disconforme con la política del partido en el gobierno de la nación, sea cual sea su color político, sin que ello suponga la aparición de frentismos anti culturales. Las declaraciones de Íñigo de Méndez de Vigo responden en realidad al desprecio que parte de la derecha española viene manifestando hacia el cine español desde que se opuso a la guerra de Irak durante los mandatos de José María Aznar. Guerra que como se demostró después no sólo se llevó a cabo al margen de las Naciones Unidas, creando al efecto un frente patriótico dirigido por George Bush, si no que se basó en unos presupuestos cuya falsedad, se supo luego, era conocida por las autoridades norteamericanas.

Ya hemos dicho en alguna ocasión que la clase política refleja la sociedad que representan. Y si en el plano cultural e intelectual una parte de los políticos dejan mucho que desear el verdadero problema debemos buscarlo en la sociedad. Sabemos que estamos muy lejos del interés por la cultura que existe en Inglaterra o en Francia, países en los que en cualquier población, por pequeña que sea, podemos encontrar numerosas librerías bien surtidas, pero poco ayuda la desconfianza del PP hacia el mundo de la cultura. Algo que no entendemos ya que si aplicaran su ideario liberal al tema que nos ocupa deberían aceptar con el máximo respeto el libre ejercicio de la libertad de opinión individual de los intelectuales y cineastas españoles.