Desde el desarrollismo sabemos que Alemania es el país al que hay que pedir la pieza y del que vienen los turistas. Aún no se les ha ocurrido aprovechar la sinergia y que un turista, ya que viene, traiga un blocapuertas de lavadora o unos burletes frigoríficos. Alemania, país que vive y trabaja en el norte y veranea en el sur, da tanta importancia al trabajo como al descanso. Su fama laboriosa hace que, aunque sólo veamos a los alemanes leyendo Bild en la tumbona o bebiendo cerveza ante el fútbol televisado, digamos que son «muy trabajadores» cuando lo constable es que son «muy veraneantes». En reciprocidad, ellos, que tratan con veloces camareros que chapurrean su idioma y con mostradores de recepción 24 horas, nos llaman vagos.

Con su trabajo y su descanso Alemania produce y exporta maquinaria y turistas. Dos tercios de los alemanes salen de su país en verano y cada vez practican más las «short breaks», unas segundas vacaciones de cincos días en el extranjero. Los alemanes gastaron 64.000 millones de euros en estar fuera de su país durante 2012, lo que equilibra la balanza de pagos de las turísticas naciones del sur que les compran maquinaria y que esperan de Alemania turistas y piezas.

La primera privatización del gobierno griego de Syriza son catorce aeropuertos que pasan a manos de Fraport, una empresa pública alemana del estado de Hesse y la ciudad de Frankfurt, corazón de las comunicaciones germanas. La privatización griega es una nacionalización alemana. Con aviones y sin tanques. Alemania recogerá más beneficios del negocio de sacar alemanes fuera durante unos días. No estaban locos los que pedían a la endeudada Grecia que vendiera islas (una empresa estatal griega las ofrecía en concesión) porque Alemania ya estaba detrás de la operación de Fraport (algo más modesta entonces) antes de que Syriza gobernara.

España es turística y está en el sur y endeudada.