Dicen que la envidia es un vicio muy español, y para expresar que algo es bueno decimos: «Es envidiable» (como critica Jorge Luis Borges), pero nadie se reconoce envidioso. Pues yo me declaro envidioso. Lo que uno tiene no está mal, pero ¿y todo lo demás que no se tiene? ¿No os parece que «todo lo que pasa es bello», como decía Verlaine? Y la gente, ¡cómo vive y se divierte! en la playa, en el fútbol, en los toros, en los grandes almacenes, en la calle, como hablan de todo, no paran, gritan y se ríen, y en las discotecas, bailan, beben y ligan. Y mientras la vida pasa por delante, «uno parece que está mirando hacia otro lado» (que dijo Woody Allen).

Envidio a los creyentes cristianos, que tienen esa «gracia» (don divino) de creer que esta vida es un valle de lágrimas y que la buena vida está en el cielo cuando muramos y resucitemos con nuestro cuerpo, que lo dijo Dios padre todo poderoso; (y digo que si no es muy poderoso, digamos, poderosísimo, poco serviría para crear todo el universo, nada menos); y creer en la Santísima Trinidad, tres personas en un sólo Dios. Mi viejo profesor Castán decía que persona significa «sonar mucho», pues era la máscara que ampliaba la voz de los actores del teatro, luego, aplicado a los personajes del teatro, y por extensión a los actores de la vida civil. Y, sinceramente, después de creerse un Dios compuesto de tres personajes se es capaz de creer lo que le echen. También envidio a los musulmanes, que quieren dominar el mundo al grito de «Alá es grande»; (y digo, con el debido respeto, ya me entienden, digo que tiene que ser muy grande, pues un Dios pequeño, efectivamente, no serviría de gran cosa). Igualmente para ellos esta vida es de paso y les espera el paraíso servido por siete doncellas, aunque como adelanto en este mundo pueden tener hasta cuatro mujeres. Si se me permite, no sé cómo quedará el paraíso femenino, pues en esta tierra, ellas no pueden tener cuatro hombres, que sería lo más lógico, repito que lo digo con el máximo respeto (que la cosa no está para bromas).

Me da dentera de los fanáticos políticos de izquierdas que, después de descubrir los innumerables y horrorosos crímenes del padrecito Stalin, se sienten muy orgullosos de ser comunistas, y hablan tan tranquilos de desviación del comunismo debido a un excesivo «culto a la personalidad» (malas lenguas dicen: más bien culto a la matanza humana, o partida de criminales dedicados a la política). Y a los fanáticos de derechas, que dominando durante dos mil años este pobre país (desde la caída del imperio romano), cuando pierden democráticamente el poder, arman un golpe militar con cientos de miles de muertos y enterrados en cunetas y barrancos, con cuarenta años de dictadura, todavía añorantes de Franco (Paquita la culona o enano sangriento, le decían algunos), cuando Alianza Popular no votaron la ley de amnistía, ni el capítulo de nuestra Constitución sobre las Autonomías; y ahora sus sucesores son los mayores defensores de la citada ley de amnistía (para atacar al juez Garzón que habla de que el genocidio franquista no prescribe), y están muy a gusto presidiendo y mandando en algunas autonomías, y ante las medidas de política conservadora que hizo el PSOE de Zapatero (partido conservador donde los haya en lo económico), se oponen con toda su dialéctica populista, convirtiéndose en PPRO (Partido Popular Revolucionario de los Obreros), aunque malas lenguas digan: partida de corruptos dedicados a la política.

Dicen que hay una sana envidia que incita a la superación, y una cochina envidia que es como sarna espiritual. La mía debe ser algo sucia, pues siento pelusa de esos aficionados al fútbol que dicen «soy» del Madrid o del Barcelona, como una verdadera tribu guerrera, y les es más difícil cambiar de equipo antes que de religión o nacionalidad. Y me reconcomo cuando el izquierdoso Carod Rovira dice que su única política es «Cataluña», pues lo que daría por poder decir que mi única política es «Cartagena», el primer cantón independiente en la historia española, o Alacant Apart la millor terra del món. Aunque tal vez tenga razón el eterno pesimista Schopenhauer con su frase: «Nadie es realmente digno de envidia». Eso tranquiliza un poco mi envidia.