Un proverbio chino convierte el deseo de que se vivan «tiempos interesantes», en la peor de las maldiciones y el grado de interés que está alcanzando las vidas para gran parte de la población mundial se aproxima ya a la intensidad de una deflagración en toda regla.

Sin solución de continuidad hemos ido alternando la crisis inmobiliaria, con la bancaria y la bursátil. En el viejo continente, además, nos ha afligido la peor de todas: la de identidad, que ha puesto en solfa aquellos valores fundacionales sobre los que se erigiera el utópico proyecto europeo y se han acabado por aventar, además, los peores fantasmas contra los que nos creíamos vacunados, en dosis repetidas, por nuestra historia más reciente.

Cuando apenas nos habíamos repuesto de la penúltima Gran Recesión, el resfriado de la economía China hace que intuyamos el inmenso vacío a nuestros pies; el paseo del Putin de Crimea y Ucrania en un artefacto sumergible este verano ha puesto los pelos como escarpias a noruegos y suecos; Japón se rearma sin disculparse por sus desmanes de la Segunda Guerra Mundial en el sudeste asiático y desde el Castillo de Santa Bárbara pueden adivinarse en días claros los estandartes del IS al otro lado del charco.

Los cayucos y saltos a la valla de Melilla de ayer mismo, contemplados con tanta indolencia por nuestros socios del norte, se antojan ahora poco más que apacibles partidas de «bridge», comparado con lo que tienen ahora llamando a sus puertas. Y en nuestro pobre país cuando nos disponíamos a dejar atrás una crisis que ha hecho trizas a media España y a finiquitar al gobierno más infame que hayamos podido tener en democracia, tenemos ya a la vuelta de la esquina el envite de Mas and CIA, con unas consecuencias que sólo pueden ser malas, o peores.

Todo se ha conjugado para armar una tormenta perfecta fruto del diálogo de besugos al que hemos tenido que asistir entre la desesperación e impotencia. Si España (el gobierno del PP), no ha escuchado a Maragall «escolta, Espanya la veu d'un fill que parla en llengua no castellana», enfrente hemos tenido a un especialista en bucear a pulmón y sobrevivir en el mar de corrupción en que se ha convertido su partido en tres décadas de gobierno y que es exponente de la peor acepción del nacionalismo, el mismo del que Orwell, llegara a decir que «era capaz de recurrir a la deshonestidad más flagrante» porque «al ser consciente de estar al servicio de algo más grande, tiene la certeza inquebrantable de estar en lo cierto».

Visto el estado de cosas no sería descabellado pensar que el autor de un libro tan bello (e indispensable ahora más que nunca) Homenaje a Cataluña, y feroz luchador de todo tipo de totalitarismos, (1984, Animal Farm), el mismo autor que regara con su sangre las trincheras del frente de Aragón plantando cara a los fascistas, tuviera de nuevo que salir por piernas de nuestro desventurado país, huyendo de nuevo de la intolerancia: de la de unos y la de los otros.