Alo largo del siglo XX se inició una importantísima lucha social en pro de equiparar los derechos de los seres humanos sin importar sus creencias, el color de su piel, o su género. Pese a todo, aún queda para las generaciones actuales un largo camino por recorrer en este sentido.

Pero el hecho de que todos debamos disponer de los mismos derechos, no significa que seamos iguales. Las diferencias y el reconocimiento de las mismas permiten que no se pierda nuestra esencia, y este aspecto también es esencial.

En lo referente al género, existen importantes diferencias entre los seres humanos. Recientemente, por ejemplo, un estudio de la universidad de Pensilvania, que analizaba la conectividad cerebral de mujeres y hombres analizando su actividad mental, encontró que los hombres son en promedio más aptos para aprender y ejecutar una sola tarea, como andar en bicicleta, esquiar o navegar; mientras que las mujeres tienen una memoria superior y una mayor inteligencia social, que las vuelve más aptas para ejecutar tareas múltiples y encontrar soluciones para el grupo.

Pero, como sabemos, la científica no es la única forma de conocimiento. Nos parece enormemente interesante detenernos en la visión de otros grandes pensadores que influyeron enormemente en el pensamiento occidental, y quienes desde su época y su cultura opinaron acerca de este asunto.

Revisando la obra del novelista húngaro Sándor Márai encontramos una curiosa cita: «Las mujeres conocen la esencia, y los hombres los conceptos. Ellas no requieren de palabras grandilocuentes». Y más adelante, vuelve a aludir al género masculino afirmando que «En todos ellos hay un espacio reservado, como si quisieran ocultar parte de su ser y de su alma a la mujer que aman, como si dijeran: -Hasta aquí querida, y no más allá. Aquí, en la séptima habitación, quiero estar solo-».

Según el filósofo Friedrich Nietzsche, uno de los pensadores más influyentes del siglo XIX, «En la mujer todo es enigma. (?) Para la mujer, el hombre es un medio. Pero para el hombre, que ama sobre todo el peligro y el juego, la mujer es el juguete más peligroso. (?) El hombre es más niño que la mujer. En todo verdadero hombre se oculta un niño, un niño que quiere jugar».

Por su parte, el escritor ruso Dostoyevski, menciona en su conocida obra El jugador: «He preguntado a muchos una definición de la mujer y nadie ha sido capaz de dármela. Le pregunté al diablo y desvió la conversación; así evitó confesar su ignorancia».

En suma, dos realidades, entre cuya coexistencia, discurre el milagro de la vida.