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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Qué buen vasallo si tuviera buen señor. La sanidad pública

Por las circunstancias de la vida, que a todos nos rozan inevitablemente alguna vez, una grave enfermedad de mi padre me ha llevado a tomar contacto directo con el Hospital General. Desde el primer momento en Urgencias y hasta hoy mismo, en la planta de Medicina Interna y en Cuidados Paliativos, he hallado algo más que una atención hospitalaria adecuada. Desde el primer celador, pasando por auxiliares de enfermería, enfermeros y médicos, me han transmitido un cúmulo de sensaciones que me obligan a destacar públicamente la valía de todos aquellos que conforman la plantilla de dicho centro público. En un lugar en el que se acumulan personas que sufren, los enfermos, algunos desahuciados, otros, sumidos en el dolor y todos en manos de aquellos que deben darles un remedio para su dolencia, en quienes confían, una sonrisa es mucho más que una sonrisa. A veces, una esperanza. Y siempre, un abrazo que es fraternal cuando encierra un sentimiento de compasión sincero, que comparte y entiende el padecimiento ajeno y lo asume como propio en el trato cotidiano hecho norma de conducta.

No sólo he hallado ahí profesionales excepcionales. No basta con serlo cuando se enfrentan los seres humanos al dolor y la tristeza. El afecto, el cariño, la compasión, valores estos tan extraños a nuestra sociedad, se aprecian y son sensibles en todos aquellos que he tenido ocasión de abordar en un posición muchas veces de pánico en quien padece por un ser querido en manos de otros. Un oasis en un mundo tan poco empático, tan frío e insensible. Un ejemplo de humanidad que excede el mero cumplimiento de los deberes que impone la función ejercida.

Palabras cargadas de cariño, cercanía con aquel que sufre, son el rasgo que puede definir a un personal sanitario excepcional en el desarrollo de su labor.

No puedo fácilmente definir el cúmulo de experiencias que he percibido, día a día. Es difícil para quien no tiene contacto frecuente con el dolor entender ese sentimiento que es propio de quien llega a humanizar su conducta hasta el punto de transmitir lo mejor de sí mismo. Tal vez ellos no se den cuenta de que son así, de que poseen una calidad humana poco corriente. Tal vez, se hayan sensibilizado de tal modo, que creen normal lo que no es común en esta sociedad y se valoren en menos de lo que valen. Pero, desde aquí quiero manifestar que sí valen, que son sobre todo personas, en el sentido más absoluto de la palabra, que en su mundo han sido capaces de crear un entorno de valores reñido con la normalidad, con el desapego, con la insensibilidad. No son conscientes de su valía y deben serlo. Y como tal es obligado reconocerla, públicamente, ahora que está de moda la crítica desnuda, muchas veces soez. Poco nos cuesta denigrar e insultar y mucho, demasiado, reconocer a quienes lo merecen. Yo lo hago aquí con la esperanza de que sigan siendo como son, a pesar de los muchos e injustos reproches que reciben de quienes están cargados de «razón y derechos» y solo ven oscuridad donde hay tanta luz, tanta belleza en el dolor y tanta armonía y filantropía.

Triste es observar la escasez de medios que impiden tomar medidas necesarias cuando éstas vienen obligadas. Triste es que nuestros políticos estén dañando la sanidad pública. Unos, optando por los conciertos, con todo el respeto que me merece la privada, porque desamparan la que es de todos; otros, cargados de palabras y discursos vacíos, que no acompañan con hechos, con inversión y que, a la postre, se traducen, como sucede en muchos lugares, en las mismas políticas que critican en otros sitios. Qué buen vasallo si tuviera buen señor se decía del Cid. Qué excepcional calidad humana y profesional de los trabajadores de la Residencia de Alicante si los políticos hicieran lo debido y cumplieran lo que predican.

Hago lo debido en estas líneas, lo correcto. Cumplo con una obligación moral obligada que debe servir para enaltecer a quien lo merece.

A todos ellos un gran abrazo y un agradecimiento sincero y profundo. Que no cambien y que quienes tienen obligaciones que cumplir les concedan lo que es necesario para que la sanidad pública recupere lo perdido. La base humana es excepcional. Tienen, pues, más de la mitad de lo necesario. Y con ese bagaje de experiencia y de humanidad es fácil, muy fácil, trabajar y cooperar para que los enfermos puedan recuperar su salud o sufrir lo menos posible. Pónganse manos a la obra, con menos palabras cargadas de contenido político y más hechos. Es su obligación para con la sociedad y con quienes se enfrentan día a día con sus decisiones y padecen la ansiedad de no poder dar lo debido. Ese es el problema, claro y diáfano. No hagan demagogia con el sufrimiento ajeno, ni den espectáculos a costa del dolor. Aprendan de quienes trabajan en el anonimato de lo cotidiano, sin focos, pero con virtudes que deberían constituir la base de todo proceder.

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