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Jorge Fauró

Los impostores

El sistema de partidos políticos en España constituye un complejo entramado de equilibrios, convivencia entre familias, reparto de poderes y una sofisticada maquinaria de contradicciones que impide que se destruyan por completo para seguir viviendo. La Constitución les consagra como garantes absolutos de las libertades y del sistema democrático, pero para que eso ocurra, en su interior lo último que prevalece es la libertad. En su contradictorio modus operandi, en el interior de los partidos políticos se desprecia la libertad condenando a las minorías al ostracismo, se permite la adoración al líder y se evita en lo posible la participación de las bases, no sea que se les ocurra tener opinión. En suma, para que haya libertad fuera no puede haberla dentro. Y cuando esas minorías condenadas no logran convertirse en mayoría arrolladora y trastocar en residuo a quienes hasta entonces los marginaban, no vale con ganarse el objetivo con métodos lícitos, sino que deciden cambiar de aires e intentarlo con otras siglas, que para eso hacer carrera en un partido conforma casi un máster. Es lo que ha pasado en Ciudadanos y también en Podemos. Es lo que pasó en su día en la UPyD, nido de marginados del PSOE que ahora busca refugio en partidos de derechas. Albert Rivera, el líder de Ciudadanos, acaba de blindar los estatutos de su partido para que nadie le tosa, sabedor de que el patio se le está llenando de defenestrados del PP con estudios de navajeo y puñaladas traperas. Lo mismo ocurre en Podemos, aventajados alumnos de la chapuza que no dudan en dar de alta a menores como si fueran adultos o a simpatizantes que no están empadronados donde dicen estar. Cuánto aprendieron de sus hermanos mayores. Y todo ello en pos de nuestras libertades y del bienestar social. Cuánto hemos de agradecerles. Pero la impostura les ha durado poco. Rivera e Iglesias lo han hecho tan mal, se les ha visto tanto el plumero, que apenas dos meses después de las elecciones, el CIS ya se ha encargado de ponerles en su sitio y comienzan a derrumbarse en las encuestas de intención de voto. El elector prefiere al profesional de toda la vida, el que anida entre las filas de PSOE y del PP, el chapucero con pedigrí, la versión original a la copia, el maestro al aprendiz. El elector se siente más tranquilo si le guarda el terruño el corrupto de toda la vida, el que enseñó al de Ciudadanos o al de Podemos todos los trucos de la impostura y la insidia, la manipulación y la treta. Entre lo malo y lo por venir, no queremos sucedáneos, ni conservantes, nada de «light», nada de «0,0». Preferimos mierda de la buena.

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