Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arturo Ruiz

Todos somos diáspora

Millones de seres humanos han alcanzado a lo largo de los siglos su nueva tierra de acogida, a la que se llega huyendo del frío y del hambre, de la falta de trabajo y de mañanas, del fanatismo político o religioso, para empezar de nuevo a veces con un hatillo de ropa como único equipaje y la congoja de haber abandonado para siempre la casa natal, el paisaje de la infancia, el país de los abuelos. A principios del pasado siglo, miles de europeos contemplaron por primera vez desde un barco la isla de Ellis, antesala de Nueva York y de sus libertades prometidas, mientras miles de españoles descubrían al mismo tiempo los parajes vírgenes y cargados de posibilidades de Argentina, Venezuela o Argelia, donde soñaron con dejar atrás «un hambre de siglos», tal y como dejó escrito Pérez Reverte.

Esta multiplicación de exilios por todo el planeta no siempre acaba bien (acaba hasta en muerte: ver durante los últimos años el Mediterráneo, tumba de pateras y de anhelos), pero a veces no sólo se llega a la tierra prometida, sino que ésta se convierte en tierra propia, se prospera en ella y se deja de ser extranjero: hará unos quince años, cuando se quebró la promesa de prosperidad que alguna vez fue Latinoamérica (el corralito argentino, manadas de personas sin nada en las manos invadiendo Buenos Aires por las noches para rastrear algún trozo de pan en los contenedores), una multitud incontable de seres humanos decidió volver a retar a los océanos y probar suerte en la vieja Europa. En realidad se trataba de un retorno: muchos de ellos eran nietos y bisnietos de los gallegos que hacía una centuria habían llegado a la América que ahora sus vástagos abandonaban. Tres lustros después, el sueño, pese a que siempre se trata de un sueño imperfecto, se ha cumplido: estos hijos pródigos vuelven a ser de aquí, tal y como consta no sólo en su DNI sino también en su alma. Y aquí han enriquecido nuestras ciudades y nuestras geografías con sus culturas de origen, sus acentos, sus poemas, sus miradas y sus hijos.

Siempre estamos viajando. Es un flujo eterno de renuncias y descubrimientos. Ahora son jóvenes alicantinos los que, desterrados por esta crisis acojonante que nunca acaba de apagarse, han iniciado su propia peregrinación a la rica y brumosa Europa del norte, limpiando letrinas, sirviendo terrazas, haciendo de pinches, mientras aguardan una existencia de probabilidades más cálidas. Así es una y otra vez. Todos llevamos los genes del exilio. Todos somos diáspora.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats