Salvar a la Seguridad Social. Salvar el sistema de pensiones. Pagar las pensiones de viudedad y orfandad en un futuro con los impuestos, de los presupuestos del Estado. Licencias retribuidas a las embarazadas. Cobertura a los parados de larga duración. El descenso del paro por debajo del 20% el año que viene. Negociar el sistema de financiación de las autonomías. Y así sucesivamente.

Lo que da de sí la defensa de los presupuestos Generales del Estado para 2016. Tienes cosas que parecen un programa político electoral en que se puede escribir lo que uno quiera. Y cuadran basta con inflar los ingresos previstos, dada la prevista mejora económica, arreglado. Incluso los de la Seguridad Social baten records -en julio, dicen-, el secretario de Estado, Burgos, hasta quiere rellenar la hucha que ha esquilmado. Como uno no sabe si va a tener la responsabilidad de gobernar. Puede decir muchas cosas, pues eso: promesas, ocurrencias, brindis al sol, anhelos pendientes, temas que querían haber hecho, pero no dio tiempo, pero la intención estaba y era buena. Aunque luego sólo sirva para empedrar el infierno.

Es lo que tiene debatir ahora los presupuestos para el año que viene. Habitualmente, todos los gobiernos que en el mundo han sido los presentan en diciembre, o los dejan prorrogados para el próximo año si coincide con elecciones generales. Eso sí, publicidad la mínima. No porque no quieran, sino porque no daría tiempo. Las cuentas hay que aprobarlas antes de las campanadas. Si los presupuestos reales previstos se publican con mucho tiempo, se disparan las reivindicaciones, movilizaciones, presiones y demandas. Ahora se pretende aprobarlos antes porque el debate es más de programa electoral que de programa presupuestario.

Ya ven, y a mí lo que me preocupa no es nada de eso. Está muy bien que los parlamentarios curren en agosto. Además así nos dan titulares en unas fechas en que no sobran noticias -quizá por eso parece que todos los sucesos son en verano-, nos brindan pronósticos de lo que nos depara el futuro. De hecho son como los primeros debates de campaña electoral. Titulares y buenos en pleno mes de agosto. Y lo mejor está por llegar esta semana próxima, cuando vaya Montoro. Las crónicas parlamentarias perderían atractivo sin el ministro de Hacienda.

Como les decía a mí lo que me preocupa no es nada de eso. Y ya sé que lo que a mí me preocupe a muchos de ustedes les trae sin cuidado. Lo entiendo. Es lógico. Pero lo que a mí me preocupa es la retirada de Arriola, no por mí, sino porque creo que al que preocupa, ocupa y seguirá inquietando es al presidente Rajoy. No me digan que no es para tanto: Pedro Arriola se nos ha jubilado. El oráculo de José María Aznar. El que condujo a Rajoy a la Moncloa. Arriola, el sociólogo de cabecera de Aznar y Rajoy, jugaba con la ventaja de que él ya había estado allí. Cuando la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas se convirtió en Políticas y Sociología, cuando trasladaron a final de los sesenta a aquel nido de rojos de la margen derecha de la madrileña autopista de La Coruña a la margen izquierda, junto al palacio de la Moncloa, Arriola ya iba dentro; y Suárez ni había llegado ni se le esperaba. Eso es anticipación, prognosis que se dice en moderno. Conoce como pocos el camino a la Moncloa donde hicimos la carrera, el entorno donde hacíamos frecuentes carreras, y luego el interior donde completó su carrera, la profesional. Y con criterio propio, pues mientras a la facultad la trasladaron de la derecha a la izquierda; él evolucionó de la izquierda a la derecha. Muy propio de una carrera brillante y un acreditado profesional. Criticado en ocasiones, admirado otras y envidiado casi siempre, ha sido el cerebro en la sombra de las campañas del PP. Incluso estuvo de observador en las últimas elecciones británicas; por eso no acierto a interpretar su jubilación: se va por lo que se ve venir, se va por lo que pueda venir y no se ve o por ambas cosas y ninguna. O más sencillo: está mayor para enseñar a los moragas de turno.

Es preocupante para la derecha que Arriola se vaya; y a la vista de los presupuestos es casi tan preocupante como si fuera premonitorio de la que se avecina.