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El pregonero

Buena parte de la culpa de que el periódico que tiene entre manos haya logrado situarse donde está y de que usted siga enganchado a él la ostenta un tal José Ramón Giner. Se puso al frente del mismo en los 80 pero fue en la década anterior, bajo la égida de Jesús Prado, cuando como redactor jefe se marcó unas reuniones que eran seminarios del nuevo periodismo que empezaba a irradiar ciertos rincones después de 40 años en los que la verdad oficial había intentado secar los caudalosos ríos de tinta. El impulso propinado por el dúo que sale en negritas fue el que trajo la modernidad a esta cabecera que potenciaría y consolidaría, a renglón seguido, la empresa editora que lo adquirió en pública subasta. Por entonces, Giner no fue un jefe de Redacción al uso. Cuidaba el estilo, rompía originales, exhortaba a la tropa a que no se dejara atrapar por la maraña oficialista, conminaba a ésta a que colgase el teléfono y pisara la calle, se le iluminaban los ojos cada vez que se echaba a la cara un original zumbón y, antes de abrir el libro de instrucciones, pasaba por el Mercado Central y esa noche podía cocinarle a alguno de los sufridores un bonito de lujo para más inri. Aunque esa huella es indeleble, su presencia continúa a través del suple de Arte y Letras y de una visión de conjunto a la que los actuales maquinistas no renuncian. Porque él eligió dejar de librar esta batalla diaria centrándose en otro tipo de publicaciones con tal de sacar tiempo para lo que es su tendencia natural: la reflexión. Constituye un laboratorio de ideas en sí mismo y, hasta donde puede, sortea los actos públicos. A pesar de ello no ha querido negarse a dar esta noche el pregón de otra de sus grandes pasiones: Aigües. A buen seguro que ha cincelado una pieza de orfebrería. Valga este reconocimiento para que uno de los suyos sea al fin el que le meta la presión.

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