Los ayuntamientos olvidan que los chiringuitos en las playas son instalaciones para dar servicio de bebidas y comidas, que solo deben vender los alimentos y que no están incluidos en muchas autorizaciones los equipos de reproducción audiovisual, sonido o espectáculos en directo. Los ayuntamientos olvidan que lo más importante es el descanso de las personas que viven alrededor de estos quioscos de playa y no pueden dormir. ¿Por qué? Para paliar la crisis los chiringuitos optan por un servicio veinticuatro horas. De día, las comidas, y de noche, pasan a ser salas de fiesta o discoteca con actuación en directo a diario sobre la arena.

Los ayuntamientos olvidan la gestión de inspección y control que deberían hacer en los sitios donde la acústica que contamina no parece importar a nadie. ¿No creen ustedes, señores alcaldes y concejales, que en las playas se vulneran los derechos de los ciudadanos con los aparatos musicales y el sonido estruendoso de estos chiringuitos?

Los ayuntamientos olvidan que el ruido, dicho por expertos, perjudica de forma grave a la salud. Desde dejar de oír hasta pérdida del sueño, agresividad, agotamiento, depresión, bajo rendimiento en la vida social o laboral. Malestar, dolores, problemas mentales y un largo etcétera.

Los ayuntamientos olvidan que, cuando se aprueban las ordenanzas municipales de playas, se establece que las instalaciones que se autoricen en las mismas serán de libre acceso público. Se dice que la realización de cualquier tipo de actuación o prestación de servicios, etcétera, deberá disponer de la preceptiva autorización competente en razón de la materia que corresponda. Olvidan, decía, que esto es un cajón de sastre. ¿Se reservan dar las autorizaciones a los amigos del concejal competente o a quienes le puedan gratificar su bondad con otros favores? ¿Esto no suena a puerta abierta a la corrupción?

¿Qué pasa cuando las quejas, denuncias de afectados se presentan ante la Guardia Civil, Policía Local, Defensor del Pueblo o Síndic de Greuges? Que al final, con suerte se llega ante el Consell Juridic Consultiu (CJC) y este puede emitir, tras mucho dar vueltas y tras haber pasado más tiempo del deseable, un dictamen reconociendo que uno de esos chiringuitos no tiene licencia para usar aparatos de sonido. Recuerdo el caso de Santa Pola cuando, hace unos cinco años, se unieron ciento veinticuatro vecinos para reclamar a la institución una responsabilidad patrimonial, una cantidad económica para reparar el daño sufrido. Al Ayuntamiento de Santa Pola se le reclamó y tenía que pagar ciento veinte cuatro mil euros, mil por cada vecino como indemnización porque la razón la tenían los vecinos. Es decir, que si los servicios municipales no se preocupan por garantizar el descanso de residentes en zonas donde hay contaminación acústica, si desde la Junta Local de Gobierno se autoriza que un chiringuito tenga música ambiental, es condición sine qua non que no pueda molestar a quienes residen alrededor. Si no hacen nada por velar que se cumpla lo autorizado y no produzca contaminación acústica, ¿quién paga la indemnización a los afectados? Los ciudadanos. Nos cuesta dinero a todos el hecho de que concejales o alcaldes no se preocupen por sus vecinos. Entran, salen y se van de rositas. ¿No deberían responder con el patrimonio personal en estos casos? Este país va bien, se realiza una mala gestión por parte de quienes nos gobiernan, produce un daño sobre los afectados y encima nos cuesta dinero del bolsillo a todos los demás. Para la indemnización se tira de fondos públicos y no paga ni un euro el concejal o alcalde responsable.

Los ayuntamientos olvidan que el silencio es necesario siempre y más en vacaciones, uno piensa, lee, se encuentra consigo mismo. Vivimos en un mundo ruidoso que abotarga nuestros sentidos. El silencio ayuda a comprender y es una experiencia que nos lleva a conocer quiénes somos y qué queremos ser.

Decía Federico Fellini: «Si todos hiciésemos un poco más de silencio, tal vez podríamos comprender algo».