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Antonio Sempere

Premios Ceres

Tal y como nos temíamos, los Premios Ceres no son los Platino. Parece que el teatro sigue teniendo menos fuerza que el cine, y la gala de clausura del Festival de Mérida se emitirá a través de La 2, no por La 1, y lo que es peor, en diferido, perdida en la madrugada. Aunque, claro, siempre es un consuelo pensar en que peor lo tiene el Festival de Jazz de San Sebastián, cuyos conciertos se vienen emitiendo también en diferido cada madrugada, y que ese jueves no entrará en antena hasta que no se entregue el último de los Premios Ceres. Los que logren consumarlo completo, bises incluidos, tendrán que velar hasta las 4 de la madrugada.

Pero a lo que íbamos. A nuestros queridos Premios Ceres. Lo que ha logrado Jesús Cimarro en unos cuantos años es un logro muy relevante. Los Ceres congregan en el Teatro Romano, la última semana del mes de agosto, a lo más granado de la profesión. El palmarés, del primero al último de los galardonados, es una delicia. Los premios, a cual más atinado, reconocen trabajos ciertamente significativos. Claro está, los otorgan los profesionales de los medios, informadores y críticos, que saben de lo que hablan y emiten un juicio ecuánime, conociendo de verdad lo que ha dado de sí la cosecha anual. Se da la circunstancia de que uno de estos sabios, Miguel Ayanz, cambia de barco, y tras casi dos décadas en La Razón sube a la nave de El Español, un medio que puede estar de enhorabuena por este fichaje.

Mientras los Premios Max continúan buscándose a sí mismos y la Academia de las Artes Escénicas empieza a consolidarse, los Premios Ceres vuelven a reunir a la flor y nata de la profesión en una gala que resulta imprescindible. Aunque los de fuera de Extremadura nos tengamos que conformar con verla con nocturnidad y cierta alevosía.

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