Lo siento, me he equivocado, nunca volverá a ocurrir. Así es la disculpa que debo a parientes y extraños por realizar, por mis propios medios, una «ñapa» en casa, primera quincena de agosto. Iluso. «¡En dos patadas!»: frase introductoria preferida por los que nos dedicamos a la autochapuza domiciliaria. Sin embargo, esa alegría inicial esconde una realidad terrible y pertinaz, como la renovada sequía de antaño, que acaba generalmente refugiada en la píldora para el ataque de ansiedad, ira o frustración. Ya lo decía mi abuela: zapatero a tus zapatos, Rajoy a tus mercados.

Hacer bricolaje casero es como una mala profecía que se cumple a sí misma adoptando vida propia y manifestándose con toda la intensidad que la palabra crueldad es capaz de definir. Mientras la chapuza se la haga uno mismo -me cago en Bricomanía- ya ha dado tiempo de elaborar una larga lista de calificativos malsonantes de los que dispondrá tarde o temprano, en cuanto se tuerza el primer tornillo o el color que había no se parezca al reciente. Uno descarga la interpretación de la cruel realidad que está viviendo sobre la herramienta o le echa la culpa a la desnivelada pared o al arriesgado aventurero familiar que se atreve a asomar el morro mientras nos da ánimos mientras percibimos que es un acto de caridad con el prójimo.

Es curioso comprobar cómo atravesamos etapas frutales en la elaboración de la propia «ñapa». Se empieza bien, alegre, dispuesto y confiado, incluso tomando un refresco de cola ahora que su interesada industria pone en entretelas que su consumo esté relacionado con la obesidad y la diabetes tipo 2. Es la etapa tierna y mentirosa. Pertrechado con las últimas innovaciones sobre bricolaje que ayer mismo compró, piensa tenerlo todo y por tanto todo irá bien. A mitad de trabajo cualquiera que pase por delante de la obra ya ha nombrado la existencia de un tal Murphy y se empieza a notar una especie de estupor al no entender cómo los planos, esquemas y gráficos previos, si los hay, discuten la forma que va tomando la realidad. Es la etapa de maduración. Finalmente y al comprobar las sutiles diferencias que existen entre lo conseguido y lo proyectado se entra definitivamente en la última etapa: te pudres.

Y eso solo cuando uno es un «manitas». Siempre habrá un mueble o una maceta para tapar los desperfectos y tu honor, además de las rectas que se empeñan en ser curvas y los muros que tienen vocación de Torre de Pisa. Un buen cuadro, dos o tres. Luego la excusa es que te gusta mucho el arte por metro cuadrado o admitir sinceramente que tienes manos para llevar calcetines. Asunto distinto, y no menos traumático, es cuando te rindes y contratas al «pofesional». Curiosamente su frase inicial es la misma: «¡en dos patadas!». Lo que no sospechas es que una de las dos te la va a dar en pleno centro del paladar descolocando a la mismísima campanilla y de estar delante hasta a Peter Pan.

El técnico suele dar más vueltas. Suele ser más crítico con los «pofesionales» que le han precedido, en este caso tú, y siempre utiliza una jerga aderezada de gestos universales para que nos preguntemos cómo hemos sido capaces de vivir sin él hasta ese momento. Frases como «¡estotamumal eh!», o «¡vámoave qué pasa!», se convierten en herramientas de tortura que sofríen tu propio ego y desempolvan tus bolsillos. Y cuando eso ocurre ya es demasiado tarde. Toda tu cultura, tu acervo, tu educación primaria, secundaria, bachillerato, COU, PREU, carrera, ciclo medio o superior, cursillo de inteligencia emocional o de la FAES -simplemente emocional-, se desmoronan como azucarillo en orujo.

Los hay peores. Esos que te dicen: «En primera instancia debemos seleccionar los apéndices constructivos deteriorados y postergarlos al capítulo final dentro de una memoria descriptiva que contemple la totalidad de las operaciones, su detalle y su montante final, excluyendo el IVA, los materiales y el transporte, que obrarán de su cuenta, entendiendo que se trata simplemente de un presupuesto». Estos te acojonan desde el principio, pues la frase siguiente suele ser: «cobramos el 50% por adelantado, para materiales, ya sabe usted. Volveré en dos días». Terminar la obra, en agosto, supondrá la conjunción de fuerzas de la naturaleza superiores a todo lo conocido.

Así que si «obras son amores» casi prefiero al Opus. Estarán de acuerdo conmigo en que el bricolaje es para muchos un derivado doméstico de la tiranía. Aquella que te hace prometer que la próxima vez que creas contemplar la posibilidad de realizar un cambio en las estructuras caseras interponiendo tus manos optes por meter la cabeza directamente en el microondas. Casi es posible vivir solo con el resto. Muchos ya lo hacen.