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Rogelio Fenoll

Opinión

Rogelio Fenoll

Censuras

La rotunda rectificación de la dirección del Rototom Festival solo la supera por su contundencia la de nuestro monarca emérito (recuerden aquello de «me he equivocado, no volverá a ocurrir»). A grandes errores corresponden grandes enmiendas: si la censura del festival sobre Matisyahu merecía todas las críticas, su autocorreción, por inusual en estos pagos, merece también un reconocimiento. Sin embargo, haría bien el festival en mostrar el mismo celo ante la homofobia y apología de la violencia que destilan muchas figuras del reggae, en particular de la corriente dancehall, y uno de cuyos más denostados representantes, Capleton, se subió anoche al escenario de Benicassim, sin que el siempre activo movimiento LGTB haya abierto la boca.

El caso Matisyahu, o mejor dicho el caso Rototom, demuestra que este país es una opereta, cuya última escena nos la han servido los de Manos Límpias, con su denuncia ante la Fiscalía General del Estado. En su derecho están. Pero tan acostumbrados estamos a las medias verdades, mentiras y ocultaciones de los políticos que a veces se nos pasan por alto actitudes del más execrable cinismo. Ayer volvió por sus fueros la lideresa. Enfundada en una supuesta defensa de la libertad de expresión, Esperanza Aguirre calificó lo del Rototom como una «manifestación del totalitarismo» que anida en «muchas de las formaciones de la izquierda española», de lo que se deduce que en el partido que engloba a la derecha española la tolerancia y la defensa de la libertad de expresión deben ser señas de identidad. Mire usted, querida Aguirre, callada estaría mejor. Su partido lleva años persiguiendo a un grupo vasco llamado Soziedad Alkoholica y esta primavera usted y las señoras Botella y Cifuentes unieron sus fuerzas desde sus cargos públicos para prohibir su concierto en Leganés. SA fue denunciado hace una década por la Asociación de Víctimas del Terrorismo por supuesto enaltecimiento del terrorismo y menosprecio a las víctimas en las letras de sus canciones. Con el apoyo del PP y algunos medios de comunicación, la AVT pidió su boicot, sus discos dejaron de venderse en los principales almacenes españoles y su nombre cayó de algunos carteles. Fueron procesados por el juez Marlaska y condenados. Tras un largo calvario, el Tribunal Supremo les absolvió: dijo que a sus letras críticas con la policía y los poderes públicos, por muy radicales que sean, no se las puede considerar etarras. Sus miembros llevan una década repudiando a ETA y condenando la violencia, pero de nada les ha servido. Pese a la sentencia, cada dos por tres la derecha les exige lo que ya demostraron ante los jueces y les prohíbe actuar con argumentos tales como que en sus conciertos puede haber violencia, aunque no se conoce ningún suceso relacionado con el grupo. Lo más suave que se me ocurre es prevaricación. ¿Les suena todo esto? Coerción y censura, la misma manera en que actuó el Rototom con Matisyahu. Rectificar, han dicho los judios españoles, es de sabios.

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