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Puertas al campo

Ortodoxias por todas partes

El «narcisismo de las pequeñas diferencias» es esa aversión hacia lo poco que nos separa olvidando lo mucho que nos une. En su fase más patológica las pequeñas diferencias son exageradas haciendo que los «otros» queden a mucha distancia intelectual y afectiva de «nuestra» posición. Nosotros quedamos como guardianes de la ortodoxia y los otros quedan relegados al apelativo de heterodoxos.

En religión, es clásico el enfrentamiento entre los reformadores o protestantes y los católicos o romanos. Tal enfrentamiento fue utilizado por reyes de cuando la soberanía no residía en el pueblo. Lo del pueblo era una fea heterodoxia desde el punto de vista de aquellos en quienes residía, es decir, los reyes. No se extrañe que ahora sunismo y chiísmo sean banderines de enganche en la lucha por el poder en que anda metido Oriente Medio y, por extensión, las superpotencias actuales o que quieren serlo. Cuando lo de Lutero, ambos bandos defendían la correcta interpretación y aplicación de los textos sagrados mientras existían iglesias que se autodenominaban (y se denominan) ortodoxas (algunas, incluso, acéfalas). ¿Quién era el ortodoxo? Pues el que tuviese suficiente poder (terrenal, humano, demasiado humano) para declararse tal, haciendo que los otros quedasen entren los heterodoxos. Por eso lo de «los heterodoxos españoles» no es tan claro como parece.

Este tipo de relaciones se da en todas las ideologías, en particular las que tienen como objeto algo indemostrable empíricamente: religiones, naciones, razas. Existen, sí, pero en la cabeza de sus creyentes que son los que reaccionan ante el etiquetado como heterodoxo. Acabo de referirme a un caso con las religiones. Sobre las razas, ha habido recientemente un asunto interesante en los Estados Unidos cuando se descubrió que una destacada dirigente «negra» no era negra aunque ella se declaraba negra. Claro que hubo quien afirmó que las razas son un mito, pero hubo quien contestó presentando las estadísticas de negros asesinados por la policía, encarcelados o, sencillamente, apartados de piscinas en las que había «blancos».

Sobre las naciones, permítaseme una anécdota personal. Di recientemente una conferencia en Cataluña sobre las identidades que unen y las que matan evitando cuidadosamente tocar «el tema», cosa que no pude evitar en el coloquio. Y dije lo que pensaba y que he publicado aquí en otras ocasiones, Que un referéndum habría sido fácil (una tercera modificación de la Constitución no habría sido imposible), que suponía que ganaría el «No» y que yo, de ser catalán, habría votado «No», no porque crea en la sagrada unidad de España sino porque creo (como muchos en Unió, poco sospechosos de anticatalanistas) que la aventura no trae ningún beneficio excepto a una parte de la clase política. Sin problemas. Añadí que a principios de los noventa en un librito que publiqué en Cataluña veía posible la independencia para 2020, sin hacerlo depender de que la viese como deseable o indeseable. Tampoco hubo problemas. Pero hice una observación sobre el carácter cíclico del nacionalismo catalán. Y ahí vino el lío por parte de los que tienen una visión de su supuesta nación (tan supuesta como la española) monolítica y eterna. Me invitó a comer para explicarme la verdad de los hechos (nada de ciclos) y por suerte tenía que comer con los organizadores con lo que escapé de la discusión. Si, en general, no me gusta discutir, mucho menos me apetece hacerlo sobre religión, nacionalismo e ideologías políticas.

Porque ahí también se juega a ortodoxia, sobre todo en las izquierdas. Las derechas parece que son más pragmáticas y no pierden el tiempo discutiendo sobre el concepto de mercado en Adam Smith y cosas parecidas. Son, a este punto, enternecedoras las discusiones sobre palabras (porque en muchos casos no son más que palabras, flatus vocis que decían los nominalistas medievales) que un ortodoxo debe utilizar si quiere ser considerado como tal. Pero aquí, como en los casos anteriores, es ortodoxo el que tiene poder para serlo, como Humpty Dumpty explicaba claramente a Alicia.

Sucede en muchos otros campos. Pienso, por ejemplo, en el feminismo como ideología, al que me referí hace unas semanas. Es difícil saber quién tiene poder para decidir qué es ortodoxo y qué es heterodoxo y ahí parece que el recurso es o esencialista o, mejor, pragmático. Esencialista es quien sabe cuál es la esencia de algo y, por tanto, sabe lo que se aparta de tal consideración. Pragmático es el que sabe que las palabras «son un arma cargada de futuro» y hay que tenerlas controladas para conseguir objetivos referentes al poder.

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