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Tribuna

Chirbes

Los adioses repentinos, fulminantes acaso, suelen hacer más ancho el dolor. El factor sorpresa juega en nuestra contra y a la noticia de que acaba de morir alguien a quien admiramos o queremos bien hay que sumar un «contra todo pronóstico» o «cuando nadie lo esperaba». El caso de Rafael Chirbes es y no es un ejemplo de esa naturaleza. Su salud se estaba resintiendo en los últimos años por ciertas dolencias, por un problema de tiroides que le hacía perder gradualmente peso, pero ninguno esperábamos que en menos de un mes, desde que le detectaron el cáncer de pulmón, se nos iría para siempre. Y digo «se nos iría» por razones afectivas, emocionales e intelectuales, también porque Chirbes, un lobo solitario, arisco y peculiar, no tuvo el menor reparo en acudir a la cita las dos veces (marzo de 2012 y febrero de 2015) que reclamamos su presencia en Alicante para conversar sobre la literatura y la vida.

Decía de él el profesor Fernando Valls que era «un hombre bueno, pudoroso, honesto y a veces un poco hosco, pero ¡el jodido se hacía querer!». Nada más cierto, porque su carácter, poco dado a boatos y faranduleos, le había llevado a una vida retirada en Beniarbeig, junto a sus perros y sus libros. Desde allí había que sacarlo con seductoras palabras para que dejara, por un día, su retiro conventual y compartiera con nosotros una tarde en el ADDA. Y a la felicidad de lograrlo debíamos añadir el placer de disfrutar de su sabiduría, de su integridad, de su descreimiento, de su ironía, de su gran conciencia, de su insumisión con un entorno degradado y amoral.

Desde que en 1988, Rafael Chirbes irrumpiera en la narrativa española con Mimoun, su primera novela, hasta su última obra, En la orilla (2013), el escritor de Tabernes de la Valldigna no había dejado de darnos lecciones, tanto éticas como literarias. Siempre se colocó en el centro de su tiempo -«creo en una literatura donde yo no soy una pieza aparte del mundo», decía- y, fuera de toda moda, trató de ofrecer una visión íntegra y «diferente» de la realidad española (de la vida humana) en los últimos sesenta años. Lo hizo con su trilogía de la guerra civil, aportando una versión no oficial de la historia, desenterrando momentos del pasado para devolver a los vencidos su dignidad. Apeló de nuevo a la conciencia del lector desenmascarando el triunfalismo de una transición política y social llena de fracasos, de choque entre lo soñado y lo vivido, entre la lealtad y la claudicación, entre las promesas y el cinismo, entre la integridad y el descrédito. Y llegó, con sus novelas de más difícil digestión -Crematorio y En la orilla, ejemplo de la degradación política y moral de la sociedad española- a conectar más que nunca con su tiempo, con el de una España en crisis -«yo solo escribo de lo que veo», afirmaba el escritor- cuyo desorden se veía reflejado en los pelotazos urbanísticos, en la burbuja inmobiliaria, en las prácticas mafiosas de políticos y empresarios, y en las amistades que se corrompen por el poder y el dinero.

Chirbes siempre creyó que la novela era la forma más honesta y suprema de expresar la realidad y que su objetivo consistía en «contar la vida privada de las naciones». Sus libros son relatos generacionales, de tono coral (con protagonista colectivo), de voces y perspectivas múltiples; sin embargo, es en el lenguaje, a mi parecer, donde reside el verdadero alcance de su obra. Así lo vimos y así lo destacamos el pasado octubre en la reunión del Jurado del Premio Nacional de Narrativa celebrada en Madrid. Ángel Basanta, portavoz del grupo, destacó del libro ganador, En la orilla, de Rafael Chirbes, su «extraordinaria construcción literaria que, tratando de la realidad actual, no se limita al realismo, mostrando una riqueza formal y recursos poéticos que lo trascienden».

Ayer despedimos al maestro en el tanatorio de la Marina Alta de Dénia. El aire era espeso y las palabras se empastaban de emoción cuando salían de las gargantas. El escritor Alfons Cervera lloró a mi lado. Cuando nos alejamos de allí tuvimos la certeza de que Chirbes, uno de los narradores más respetados, comprometidos y necesarios de las últimas décadas, nos dejaba el consuelo de su obra, el legado de su gran sabiduría.

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