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Semana y Media

Andrés Castaño

Entre presuntos

CONDUCTA IMPROPIA

Es mucho menos sorprendente que el ministro Fernández todavía no haya dimitido por su reunión con Rodrigo Rato que ni él, ni Rajoy ni Javier Arenas (¡el coordinador electoral!) vean motivos para hacerlo. Sería discretamente inmoral que dos amigos entrañables como Jorge Fernández y Rodrigo Rato hubiesen intercambiado confidencias durante una sobremesa con bermudas y sandalias en Sotogrande con la absurda pretensión de que los demás creyéramos que sólo habían hablado de nietos o problemas de próstata. Aunque en política siempre resulta temerario tomar al respetable por idiota, lo verdaderamente escandaloso es que el ministro del Interior, no «el bueno de Jorge», y el ciudadano imputado Rato, no «mi querido Rodrigo», se reunieron en la sede del ministerio regalándonos una prodigiosa muestra de torpeza, desparpajo y confusión acerca de la inexistente frontera entre intimidad y servicio público. Sencillamente, los ministros del Interior no tienen derecho a un «vis a vis» con peregrinos de la Audiencia Nacional aunque hayan hecho juntos la primera comunión.

ES LA GUERRA

La reyerta en Salou por la muerte de un senegalés cuando la policía irrumpió en su casa aporta otro ejemplo del compromiso televisivo con la densidad y prudencia informativas. Titulares y tertulianos redundan en expresiones apocalípticas como «batalla campal» o «brutales enfrentamientos», que la pantalla pretende ilustrar con imágenes del aquelarre. El problema es que en la pantalla sólo aparecen media docena de senegaleses arrojando piedras a algunos policías bastante flemáticos, una discusión liviana entre un manifestante y un par de peatones que intentan cruzar la calle, y la comprensible crisis nerviosa de los familiares del fallecido. Ni siquiera la mención de una veintena de heridos logra encorajinar al espectador, ya que es evidente que se trata de partes hospitalarios por lesiones leves provocadas por las piedras y los porrazos de réplica. Por fin, alguien cae en la cuenta de que tal vez haya que investigar los hechos y pasemos al siguiente punto: ¿Cuál es el estado de salud de Isabel Pantoja?

VIENTO DEL ESTE

La devaluación del yuan no es una noticia tan arrebatadora como el posado de Ana Obregón con su bikini marbellí. De hecho, recuerda la anécdota de Temístocles y su hijo: «Hijo mío, eres el dueño de Grecia porque dominas a tu madre, ella me domina a mí, yo domino Atenas y Atenas domina a Grecia». Obviamente, los griegos sabían tanto del hijo de Temístocles como nosotros del yuan, que por cierto es la moneda china y culpable de una epidemia de insomnio que azota las sedes de la Reserva Federal y el BCE. Ocurre que la devaluación del yuan penaliza las importaciones y esto implica un borrascoso horizonte, por ejemplo, para las 14.000 empresas españolas que exportan a China. Hay otros efectos más próximos, como el medio millón de turistas chinos que aterrizan en España y hasta hoy gastaban individualmente más del doble que los turistas alemanes. Sin embargo, los problemas para Inditex o Bodegas Torres en la Ciudad Prohibida o medio millón de turistas desaparecidos parecen por ahora tan remotamente imperceptibles como el hijo de Temístocles para los griegos.

LA BANALIDAD

Es lamentable que tantas mentes brillantes dilapiden sus energías buscando los fundamentos antropológicos o históricos del nacionalismo sin caer en la cuenta de que sólo es una pulsión sentimental escurridiza y poco más. Ayer, Serbia y Francia jugaron un intrascendente partido de baloncesto en Belgrado que hubiese pasado desapercibido de no ser por una avería del equipo de audio que impidió escuchar «La marsellesa». Con semblante risueño, los gigantones franceses se arrancaron a capela y el público ovacionó este gesto de nueve jugadores de raza negra con profusión de apellidos dudosamente jacobinos: Parker, Ajinca, Diaw, Jiateh o el entrañable Gelabale (que al menos se pronuncia «j´ai la balle» o «yo tengo la pelota»). Era inevitable asociar por contraste esta francofilia tan irracional como sincera con la hispanofobia acústica que hace tres meses mostraron en el Nou Camp cincuenta mil tipos apellidados Martínez o García.

EL HOMBRE QUE NUNCA ESTUVO ALLÍ

Tengo la sospecha de haber utilizado antes este título, al menos tantas como el PP le ha declarado la guerra al sentido común negándose a aceptar que la fuerza de la gravedad no es una sospecha para la que rige la presunción de inocencia. El último en unirse al clan de los irreductibles ha sido el ministro del Interior a cuenta de su reunión con Rodrigo Rato. Hoy ha comparecido en el Congreso para explicar lo que sólo admitía una explicación vergonzante que precediera a su dimisión y no ha defraudado: la fuerza de la gravedad es un invento del Financial Times. A pesar de la ausencia de riego parlamentario de algunos portavoces y de la precipitación cacharrera del PSOE acudiendo a la Fiscalía antes de la comparecencia, la intervención de Fernández ha sido etimológicamente patética, es decir conmovedora, y podría haber concluido como el alegato final del abogado de la «familia Manson»: suplicando clemencia o un veredicto de enajenación mental. Mariano ni siquiera ha pestañeado y, como de costumbre, nadie sabe si eso es aplomo o parálisis.

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