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Crónicas precarias

Los asesinos de mujeres siempre saludaban

Los cadáveres con nombre de mujer van sumándose silenciosamente a una estadística que parece no escandalizar demasiado. Tac, tac, tac. Un goteo de sangre que no cesa. Apuñaladas quemadas, golpeadas, asfixiadas. Ellas y sus hijos. Día tras día. Pero el horror sigue atrapado en la intimidad del hogar. Un drama privado, un conflicto doméstico, pobrecita, qué mala suerte. Casos aislados a los que no se presta mayor importancia hasta que la muerta es tu hija, tu madre, tu hermana o tu amiga.

Podemos esperar sentadas y vernos envejecer en nuestras sillas si pretendemos que la violencia machista despierte las mismas olas de indignación, rabia y alarma social que otros crímenes. ¿Cuántas mujeres más deben ser asesinadas para que las calles bramen? Parecen que aún no ha habido suficientes.

Mientras, el debate público se dirige perversamente a culpar a las propias víctimas. Brujas despiadadas o pánfilas sumisas, la eterna condena femenina. Si no denuncian, se insinúa que es culpa suya por callarse; el miedo, el sometimiento, el chantaje emocional o las presiones familiares no computan en los sesudos análisis de los todólogos de turno. «Vaya tontas dejándose pegar por su marido», les falta comentar a algunos.

Pero si denuncian, casi peor, porque la conversación acaba derivando en las cacareadas denuncias falsas que, a pesar de representar un porcentaje ínfimo, se han convertido en uno de los mitos misóginos más exitosos de nuestro tiempo. Ya sabéis, perversas féminas dispuestas a destrozarle la vida a cualquier hombre. ¡Eso sí que es un problema social y no las chicas enterradas en cal viva! Me parece terrible que se acuse a alguien por un delito que no ha cometido, aclarado este punto, ¿podemos quejarnos de que nos maten? Gracias, muy amables.

Cualquier chica que haya vuelto a casa de noche con las llaves en la mano «por si acaso» sabe que a veces ser mujer implica vivir con miedo. Y estamos hartas. El recuento de cadáveres femeninos continuará hasta que asumamos de una vez que el terrorismo machista es un problema estructural. Nos asesinan, nos violan, nos atacan por ser mujeres. Punto. Los golpes y las agresiones sexuales son el reflejo de una violencia simbólica tan arraigada y normalizada en nuestra sociedad que cuestionarla parece una osadía. Pero hay que seguir intentándolo, porque los maltratadores son individuos corrientes, de los que pasean al perro, se quejan de las olas de calor y salen a comprar el pan.

Los asesinos de mujeres siempre saludaban. No son monstruos con el cuerpo cubierto de escamas, sino el fruto de un sistema que sigue considerando a la mujer un objeto en busca de dueño. Hombres normales que han crecido pensando que su pareja les pertenece, como su coche o su microondas. Por eso, cuando ya no pueden poseerlas y controlarlas se creen en el derecho de aplastar su existencia. ¿Son todos los hombres agresores y homicidas? Obviamente no, pero si tienes un hijo o un sobrino adolescente es buen momento para explicarle que ninguna chica será jamás de su propiedad. Eso que vamos adelantando.

Ya que las fluctuaciones bursátiles preocupan más que unas cuantas tías muertas, a lo mejor tenemos que empezar a hablar del feminicidio en términos financieros. En ese caso, podemos decir que este verano la vida de las mujeres cotiza a la baja en los mercados.

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