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Isabel Vicente

Miserables

En lo que va de año, 23 mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas, cifra que tal vez sea mayor porque hay 7 homicidios bajo investigación. Ayer, y ojalá sea el último, un hombre mataba a su exmujer con un machete en plena calle en Castelldefels cuando ella se dirigía a su trabajo. Según las estadísticas, estas cifras son las normales en los últimos años. No estamos ante nada excepcional, y eso es lo grave, que las medidas de vigilancia, las campañas instando a las mujeres a denunciar y las condenas no parecen servir de nada porque nada cambia. De hecho, nos hemos acostumbrado al asesinato de mujeres a manos de sus hombres como nos hemos acostumbrado a los accidentes de tráfico en la operación salida o a las muertes por infarto; como algo inevitable y consustancial con nuestra sociedad. No sé si los jueces o la Policía o los políticos pueden hacer más para impedir, o al menos reducir, esta lacra. Si es así, por favor, que se actúe de una vez porque no puedo imaginar una tortura mayor que tener pánico a la persona que duerme contigo o andar con miedo por la calle por si un descerebrado te da una paliza, te atropella o te acuchilla.

De todas formas, me temo que la solución no va a llegar con la cárcel ni con las órdenes de alejamiento. Sólo se podrá acabar con la violencia machista cuando se acabe con el machismo. Cuando los hombres dejen de creerse los amos de sus mujeres, cuando no confundamos amor con posesión, cuando ellos entiendan que el que su pareja se marche, aunque sea con otra persona, no merma su hombría, cuando sientan el rechazo de sus vecinos que oyeron los gritos la noche anterior, cuando sus amigos les den la espalda, cuando asuman que agredir a una mujer simplemente los convierte en miserables. De todas formas, me temo que la solución no va a llegar con la cárcel ni con las órdenes de alejamiento. Sólo se podrá acabar con la violencia machista cuando se acabe con el machismo. Cuando los hombres dejen de creerse los amos de sus mujeres, cuando no confundamos amor con posesión, cuando ellos entiendan que el que su pareja se marche, aunque sea con otra persona, no merma su hombría, cuando sientan el rechazo de sus vecinos que oyeron los gritos la noche anterior, cuando sus amigos les den la espalda, cuando asuman que agredir a una mujer simplemente los convierte en miserables.

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