El 99,99% de los valencianos y valencianas no desayunamos con ostras, caviar ruso, o los mejores cavas. Lo digo porque hay quien llegó a pensar que, como hubo un tiempo en el que el dinero público se despilfarraba en carreras de Fórmula 1 (que algunos veían desde lo alto de sus yates en Valencia), éste era nuestro menú diario para abrir la jornada. Aquí nos contentamos con alimentos como la leche, el café o el zumo de naranja, cereales, tostada o galletas. Como en el resto de España. Y digo «nos contentamos» porque hemos de ser conscientes que a día de hoy, y pese al discurso triunfalista y preelectoral del Gobierno, hay muchas familias en esta tierra que ni desayunar como es debido se pueden permitir.

Hoy he desayunado y delante de mí tenía la caja donde guardamos las galletas. A un lado, un recorte de prensa sobre la infrafinanciación de la Comunidad Valenciana. La relación mental ha sido directa, y la conclusión clara: «A la caja de la financiación valenciana le faltan galletas suficientes para alimentar las necesidades de cinco millones de habitantes». O lo que es lo mismo, la familia valenciana, compuesta por cinco millones de habitantes, es discriminada por un modelo de reparto de galletas que hace que en otras comunidades cada persona pueda comer hasta cuatro galletas por desayuno, y aquí solo podamos comer dos. Y además, el responsable de enmendar esta injusticia, el presidente Rajoy, ni le da importancia ni se toma prisa por enmendarla.

Pues bien, la pasividad del anterior gobierno del PP en la Comunidad Valenciana ha dado paso a un nuevo Consell, y un presidente, Ximo Puig, que han dicho «hasta aquí hemos llegado». Se han puesto manos a la obra para que nuestra caja cuente con las galletas que les corresponden. Ni más ni menos que nadie, las que por número de miembros de la familia nos tocan.

Posiblemente al PP valenciano poco le importaba las galletas que les correspondían a cada valenciano, porque sus amigos, y algunos propios, tenían bien repletas sus despensas. Y no precisamente de galletas. Y no hablemos de las que desaparecieron de nuestra caja, porque de eso ya se ha dicho casi todo (espero).

Es verdad, el PP valenciano nunca se tomó en serio esta reivindicación. Lo pudo hacer, más no lo hizo. Nunca ha sido su prioridad, al menos de manera sincera o como proyecto de gobierno. Sólo fue su prioridad como ataque a Zapatero, pero una vez Rajoy en el gobierno, el disfraz cayó al suelo y no volvieron a hablar del tema. Solo se les ha oído el «no» en el Congreso de los Diputados cada vez que Ximo Puig, como diputado nacional entonces, exigía abrir el debate que iniciara el camino hacia un nuevo modelo de financiación que fuera más justo para la Comunidad Valenciana. «No toca hablar de eso» decían. Lo mismo que ocurre con el agua. Una estrategia constante frente una realidad aplastante: ha sido con el Gobierno de Rajoy y de Fabra cuando menos agua ha llegado en trasvases como el Tajo-Segura, y además, cuando la ley ha sido más restrictiva con su llegada.

Pero las cosas, han cambiado en esta Comunidad gracias a los votos de la ciudadanía. Ahora Ximo Puig es el presidente de la Generalitat, y la reivindicación, tomada por fin en serio como un mandato de los ciudadanos de esta tierra por nuestros máximos representantes en la Comunidad Valenciana, y no como una estrategia electoral. Ya toca hablar del problema valenciano.

Toca, claro que toca, para que esta Comunidad tenga capacidad de tomar impulso con fuerza, sin dejar atrás a nadie, y con capacidad de generar empleo. Para volver a nutrir a nuestra sanidad y nuestra educación, fortaleciéndola, saneándola y dándole de nuevo el vigor que nunca debió perder. Para alimentar como es debido a nuestro sistema de atención social, y atienda con agilidad y calor humano a quienes las cosas les van mal o más obstáculos tienen. Por todo esto toca dar un puñetazo en la mesa. Esta es la clave del momento, el ímpetu de un nuevo gobierno frente al miedo y el tacticismo de un PP que prefiere que las cosas queden como están.

Algo no funciona bien cuando una familia, numerosa como la valenciana, arranca el día con dos galletas, cuando en otras tienen cuatro. No se buscan responsables del modelo, sino su modificación urgente para que podamos afrontar con más rapidez y de una manera más social los retos del presente y del futuro.