«Líbreme Dios de mis amigos, que de mis enemigos ya me libro yo». Este refrán castellano debería ser esculpido en letras indelebles a la entrada de la sede del Partido Socialista en la calle Ferraz, al menos últimamente desde que controla sus designios Pedro Sánchez. Craso error, para mí claro, la elección de este hombre como secretario general.

Sus errores son concatenados. Es como si los atrajera con una fuerza misteriosa, no sé si telemáticamente enviados desde la calle Génova. Él, elegido en unas primarias, no tuvo mejor ocurrencia que cargarse unilateralmente al secretario madrileño, Tomás Gómez, que también había sido elegido en primarias madrileñas. Sin más consejo que su criterio (supongo) nombró candidato a presidente de la Comunidad de Madrid al «independiente» y ya gastado por anteriores usos, Ángel Gabilondo, hermanísimo de Iñaki y exministro de Educación en la etapa de Rodríguez Zapatero. Sus resultados no fueron nada halagüeños ya que preside la Comunidad la nueva estrella del PP, Cristina Cifuentes.

Y ahora le ha tocado el boleto al profesor Antonio Carmona. Éste, estrella muy fugaz de la política madrileña que sufrió los excesos de aquellas insufribles tertulias de La Sexta, aguantando lo inaguantable con plomos como Eduardo Inda o Francisco Maruenda para ganar su porción de poder en el PSM. De su ilimitada paciencia y perseverancia surgió su candidatura a la Alcaldía de Madrid que, como todos ustedes ya saben, y con el apoyo socialista recayó en la magistrada Manuela Carmena. Una letra los separa en su apellido, pero todo un mundo en poder consistorial. Ella, brillante alcaldesa, y él, hasta ahora, portavoz del socialismo municipal.

Pero Sánchez, movido no sé por qué intereses y echándole el mochuelo a la nueva secretaria del PSM, lo ha destituido de la forma más dictatorial y más propia de otros tiempos. Qué lejos, estando tan cerca, quedaron los apoyos inquebrantables. ¿Quién no recuerda los fingidos y amañados abrazos entre Sánchez, Tomás Gómez y el propio Carmona?

La nube de contaminación atmosférica que cubre la capital por los siglos de los siglos permite la formación de espectaculares y tóxicas puestas de sol, pero oculta la visión de las estrellas tras un impenetrable paraguas de porquería. Las puestas de sol son, pues, menos puestas de sol que en nuestro luminoso Alicante. Los astrónomos aficionados, ante la evidente falta de visibilidad, han de conformarse con asistir, en vez del brillante paso de las estrellas fugaces, a la caída de políticos desde lo alto de la cúpula del consistorio, un extraño fenómeno que igual vale para un planetario que para una concejalía

Es el triste y lamentable sino del Partido Socialista: ir dejando cadáveres políticos sin enterrarlos siquiera.

El segundo de los políticos defenestrados, tras Tomás Gómez, ha sido el bueno de Carmona, que ya que estamos con los meteoritos, ha sido una estrella fugaz de la política local que, como ya he señalado, apareció en las televisiones en el duro papel de sparring de lucha libre contra tertulianos de extrema derecha. El hombre hizo lo que pudo, que no fue poco, para conseguir la candidatura a la Alcaldía. Se disfrazó de bombero, echó carreras en silla de ruedas y las clásicas y repetidas memeces con que nos regalan los políticos en las campañas. Pim, pam, pum, propuesta ¿recuerdan? Pues aquello quedó en pim, pam pum, depuesto.

«Nos hemos enterado a través de la Cadena Ser», ha dicho Carmona, siguiendo la tradición felipista, que se enteraba de los escándalos por los periódicos. «Esto lleva preparado desde hace tiempo». En efecto, cuando su luz aún llegaba hasta nosotros, como la de ciertas constelaciones moribundas, alguien ya le había quitado la silla bajo el culo y la alfombra bajo los pies. Probablemente cuando Aguirre le prometía la Alcaldía a cambio de su propia alma, Carmona ya no era más que un chorro de fotones.

Pero aquí no descansa la cosa. Tras Carmona, el meteorito ha sido Álvarez del Manzano, un cuerpo celeste que orbitaba más despacio y en otra galaxia, ésta del PP, a una velocidad de 120.000 euros por año, por poner la cara en IFEMA. Carmena, la que solo le separa una letra con Carmona, lo ha defenestrado por otro que, de momento, ya ha renunciado a semejante sobresueldo, al coche oficial, a sus asistentes. Estoy seguro del gran acierto, uno más, de la flamante magistrada nueva alcaldesa de Madrid. Estoy convencido de que muchos de los críticos de doña Manuela le reprocharán no haberlo sustituido por un maniquí de las rebajas o por una figura del Museo de Cera.

Así pues, queridos Tomás Gómez y Antonio Carmona, que Dios os libre de vuestros amigos que de vuestros enemigos ya os libraréis vosotros? si es que los veis. Espabilad, que las generales están a la vuelta de la esquina.