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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

Reinventar la historia catalanda: una broma

Hacer historia o reescribirla, con fuertes dosis de imaginación y financiación adecuada, así como con escaso pudor intelectual, son las notas que caracterizan a las investigaciones, así las llaman, que realiza un denominado Institut Nova Historia. Sus integrantes elaboran artículos y celebran congresos que reciben con entusiasmo aquellos que están ahítos de encontrar una identidad que, lejos de conformarse con la propia, precisa poner en el punto de mira a esa España que siempre ha vivido a costa de Cataluña, de la que se ha aprovechado reduciéndola a la irrelevancia. Estoy convencido de que hay personas que de buena fe creen todas las excentricidades que exhiben estos seudocientíficos de la historia, pero, dado el enorme contenido de sandeces que se elaboran y afirman, es mejor plantearse que los exabruptos que profiere este instituto constituyen un instrumento de concienciación colectiva que pretende instituirse en el manual de historia de un futuro y deseado país catalán. De ir adelante, mucho me temo que el ridículo estará garantizado y que los jóvenes catalanes pasarán cierta vergüenza si se acogen a las tesis de los precursores del disparate.

La historia es una ciencia y como tal debe abordarse su estudio, comprobando los datos y extrayendo conclusiones bien corroboradas. Por el contrario, como sucede en muchos ámbitos de la vida, cuando, desconociendo o ignorando dolosamente los hechos objetivos, se toman elementos aislados y a partir de ellos, mediante interpretaciones libres e ingeniosas, predeterminadas por el fin propuesto, se elaboran hipótesis que se elevan a la categoría de hechos indiscutibles, la ciencia deja paso a la especulación o a la manipulación y el investigador se convierte en un charlatán de feria. Es fácil tomar datos aislados desechando los plenamente objetivos y confirmados o desconocer los contrastados y sustituirlos por hipótesis, deducciones irracionales y confeccionar conclusiones, aunque las mismas, suele suceder, se acompañen de coletillas, tales como «podría ser», «tal vez», etcétera. Si alguien está dispuesto a aceptar este tipo de elaboraciones, el autor, con desprecio a su propia fama, alcanzará altas cotas de indecencia.

Como estamos en verano y nunca me ha gustado hablar sin comprobar lo que digo, me he tomado la molestia de leer algunos de los artículos publicados por este instituto. Lo que les voy a transmitir son, pues, conclusiones que los investigadores del mismo han elaborado y que reciben parabienes de políticos nacionalistas, así como subvenciones generosas. Carecen de valor intelectual, pero me han proporcionado momentos excelentes para el divertimento veraniego. Por eso, reproduzco algunas de tales reflexiones, animándoles a que entren en la página web de ese centro y disfruten ustedes como yo lo he hecho. Insuperable y delicioso para holgarse en este mes de estío en el que los calores licúan las neuronas.

La historia, para los integrantes de este selecto club, ha sido deformada por la pérfida España, que ha privado a Cataluña de ser el faro que ha iluminado todas las artes, ciencias, descubrimientos y adelantos del mundo.

Cervantes, no nació en Alcalá de Henares. No se apellidaba Cervantes, sino Servent. Era catalán, odiaba a España y El Quijote no fue tal, sino el Quixot, escrito en catalán y posteriormente traducido a la lengua opresora. En realidad, no solo Cervantes fue objeto de apropiación, porque afirman que el Siglo de Oro español en su conjunto, no fue tal, sino catalán y que todas las obras escritas en ese periodo por Lope de Vega y tantos otros, fueron simples copias, traducciones de creaciones catalanas. Igual cosa afirman del Marqués de Santillana, burdo plagiario de ignotos autores catalanes. Desde luego nunca citan a los literatos expropiados. Todo aquel siglo fue un expolio de España a Cataluña. Hay que echarle valor a la cosa.

Santa Teresa de Jesús, tampoco nació en Ávila. Era, cómo no, catalana y su verdadero nombre era Teresa de Cardona, abadesa del Monasterio de Pedralbes. Franco tuvo, pues, un brazo catalán en su mesilla. Es lo que tiene quererlo todo.

Colón, igualmente, era catalán y toda la tripulación del primer viaje, también. Ni Pinzones, ni Juan de la Cosa. Colón no partió de Palos de la Frontera, Huelva, sino de Pals, en el Ampurdán. Un fraude colectivo aunque estos ojos míos hayan visto el Monasterio de la Rábida.

Tampoco Felipe II nació en Valladolid, sino en algún lugar, que no concretan, del Reino de Valencia.

Más cosas asombrosas en el intento de monopolizar para Cataluña toda la historia. Los conquistadores Pizarro, Almagro y Cortés pertenecían a familias nobles catalanas, no procedían de Extremadura. Bartolomé de las Casas tampoco fue sevillano, sino catalán de pura cepa.

Leonado da Vinci, catalán por los cuatro costados. Y, claro está, desvelan el misterio de la Gioconda que, cómo no, no era otra que Isabel de Aragón. También era catalán Erasmo de Rotterdam. Faltaría más.

Y, en fin, ya en pleno dislate, Papá Noel, también es de origen valenciano, aportando como prueba determinante que el patrón de Alicante es San Nicolás de Bari.

No es broma, de verdad.

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