La historia está llena de ejemplos donde disidentes políticos son encarcelados, torturados o asesinados. La eliminación del opositor siempre la hemos observado con estupor, repulsa e indignación en aquellos países cuyos dictadores para sobrevivir «fulminan» toda forma de discrepancia. En países democráticos y con formaciones políticas de ámbito parlamentario la «eliminación» del disidente interno se realiza más sutilmente, con pseudo fórmulas democráticas, y cuyo objetivo es restar valor a la opinión de aquel que discrepa, intentándole callar y cesándole del puesto para el que democráticamente había sido elegido. Artimañas que evidencian una mediocridad del «líder», pero que le sirve, a corto plazo, para seguir dirigiendo su formación política con mano de hierro, sin importarle la valía, la cualidad y el respaldo de aquel al que se cesa o fulmina. Tampoco le importa hacerlo ya que lo envuelve en un «papel celofán» democrático, con sus huestes aplaudiéndole -unos por falta de criterio y otros por mantener el sillón-, a sabiendas del craso error y del daño que esta actitud soberbia y dictatorial, del líder, puede acarrear para la credibilidad interna y externa. En mi trayectoria por la política sindical siempre me inculcaron, en aquella organización ugetista de Nicolás Redondo, lo contrario de un líder político mediocre: todos juntos podemos y sumamos más, y es mejor rodearse de los mejores aunque tengan opiniones diferentes. Por eso, no entiendo lo que está aconteciendo en el Partido Socialista y más concretamente lo que está ocurriendo en Madrid. Tampoco apruebo que personas socialistas tengan que dejar sus cargos y abandonar el partido aburridas por no ser escuchadas por una dirección federal que lo único que le importa es eliminar cualquier posibilidad de discrepancia y tener un partido a la «búlgara»; es decir, con el respaldo del cien por cien, aunque este apoyo sea irreal.

Cada organización tiene libertad para hacer y deshacer a su antojo, y serán sus militantes o no los que tengan la ultima palabra. Esto es así, pero también los simpatizantes y votantes socialistas tenemos la libertad de expresar aquello que nos parezca, ya que la pérdida de confianza en un proyecto político o la pérdida de un referente socialista hace más difícil que quien ha sido elegido como secretario general hace poco más de un año tenga el respaldo mayoritario para gobernar nuestro país. Hechos como los que hemos conocido recientemente en el Partido Socialista de Madrid y que han supuesto los ceses primero del exsecretario general, Tomas Gómez, y ahora del portavoz en el Ayuntamiento, Antonio Miguel Carmona, son «golpes de mano» que sólo se justifican desde la debilidad de quien lo hace. Las guerras internas en los partidos políticos siempre son mal vistas y mal juzgadas por los ciudadanos. Y mientras, suma y sigue en la fractura del PSOE de Madrid: el secretario coordinador municipal, Javier Corpa, ha dimitido de la ejecutiva por discrepancias en la forma y el fondo en la destitución del portavoz municipal, Antonio Miguel Carmona.

Es evidente, Pedro Sánchez está gobernando su partido mirando de reojo hacia el sur, más concretamente hacia Andalucía y su presidenta, Susana Díaz. El apartamiento momentáneo de la líder socialista andaluza respecto a su carrera por el liderazgo a nivel nacional está posibilitando que Pedro Sánchez haya cortado por lo sano en una de las federaciones socialistas que respaldaban a Susana Díaz. Como decía Maquiavelo «el fin justifica los medios», aunque para algunos esta expresión no siempre está fundamentada y justificada. ¿Se atreverá Pedro Sánchez en dar más golpes de mano en otras federaciones socialistas que apoyan a la presidenta andaluza? ¿Hasta cuándo aguantará la militancia socialista? El tiempo tiene la respuesta.

O estás conmigo o estás contra mí. Esta es una frase siempre recordada y ejecutada por los «aparatos» organizativos en cualquier partido político u organización. En lugar de atraer con la palabra al que discrepa se le fulmina o se le aburre para que abandone su participación activa. Los líderes mediocres prefieren tener organizaciones pequeñas, controlables y con «palmeros» que les aplaudan permanentemente, lo hagan bien o mal. Pero, en el caso que nos ocupa, el silencio de los barones del partido socialista no es más que un tacticismo previo al descalabro o no de Pedro Sánchez en las elecciones generales de fin de año. Por cierto, según el último informe del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) el PSOE de Pedro Sánchez tendría el 24,9% de los votos, aunque muy lejos del 28,7% obtenidos por Rubalcaba en 2011.

Ocurra lo que ocurra en las urnas, siempre es mejor sumar y no restar, multiplicar y no dividir, fortalecer y no debilitar. Y no siempre el fin debe justificar los medios. Ni más ni menos.