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Jorge Fauró

Gobernar o ser gobernados

Acabo de llegar de Gandia, una magnífica ciudad turística de la Comunidad que ha sabido hacerse un hueco entre los destinos del Mediterráneo sin empeñarse en tratar de emular el modelo Benidorm que tanta gloria ha dado al PIB del que anualmente se encarga de presumir el Gobierno autonómico, sea del color que sea. Benidorm sólo hay uno y le va bien como le va, aunque podría irle mejor. Gandia tiene unas playas magníficas y un modelo a caballo entre el mercado residencial y el hotelero que se traduce en «no hay habitaciones» cuando llega el mes de agosto. Les recomiendo que se fijen en las playas gandienses y que por un momento analicen por qué los gobernantes y los empresarios de Alicante no han sido capaces de ponerse de acuerdo sobre si deben o no deben autorizarse los chiringuitos; o los aseos públicos a pie de arena. Allí los tienen y no parece que los hosteleros se hayan echado a la calles para protestar. Alicante saca pecho frente a Valencia cuando de presumir de playas se trata porque es el elemento natural que más aprecian los turistas y la base de su éxito. En el resto de municipios costeros valencianos también. Un alcalde de Benidorm, Vicente Pérez Devesa, llego a hacer patria cuestionando la incapacidad del municipio vecino, La Vila Joiosa, recordando que sus gobernantes habían sido incapaces de abrir un solo hotel. Lo mismo podría decirse de algunos alcaldes de Alicante. Aterrorizados por la reacción de los lobbys hosteleros, muchos no han sido capaces de autorizar chiringuitos en las playas o aseos públicos para los bañistas. Y de ese miedo, Alicante saca pecho de playas y calas donde los servicios escasean, la oferta es nula y a los turistas no les queda más remedio que cargar con la neverita a la arena. Es tal el poder de influencia de muchas asociaciones empresariales que algunos alcaldes no se atreven a dar un paso en la gestión si no es contando con ellas. Hace un par de años fue Benidorm el gigante turístico que intentó que se instalaran chiringuitos en lugares de la playa donde no había bares. El lobby se lo impidió. Mal hacen los gobiernos municipales en ponerse a disposición de la minoría influyente en lugar de imponer sus políticas si creen que éstas van en beneficio de los residentes y de los turistas que, como en Gandia y otras playas de la Comunidad, contribuyen a engordar las cifras macroeconómicas de las que luego alardean.

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