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Crónicas precarias

Poltrona mon amour

Pensaba escribir una carta privada a los responsables de este periódico, pero finalmente he decidido aprovechar esta tribuna para lanzar una petición. Se trata de un ruego sencillo: por favor, si algún día debo abandonar mis artículos dominicales, quisiera ser reubicada de forma similar a José Ignacio Wert.

Pisazo en París, 10.000 euretes al mes, personal de servicio pagado por el Estado? Bueno, en Londres tampoco me importaría. Y si en lugar de embajadora en la OCDE tengo que ser responsable de patatas fritas en el Banco Mundial o coordinadora de helados en el FMI, pues perfecto. Creo que son puestos que encajarían bien con mi perfil. Lo de los gastos de representación sí que me haría falta, que yo soy muy de representarme a todas horas.

Así es la meritocracia bien entendida: el ministro más denostado, el que ha conseguido cabrear a todos los colectivos de su área responsabilidad es el que recibe el chollazo del siglo. El mismo tipo que ha estado racaneando becas de 500 euros a estudiantes sin recursos y disparando las tasas universitarias para expulsar de las aulas a quienes no pueden costearse la matrícula. El que ha humillado a los profesores y ha degradado el sistema de educación pública. El mismo que estranguló a la industria cultural.

Este exilio dorado ejemplifica a la perfección la doble vara de medir que triunfa en nuestros tiempos. Si eres uno de los elegidos, todo se te concede. Todo se te perdona. Todo se te permite. Pero, ¡ay de ti como no te encuentres en ese selecto grupo! En ese caso, prepárate para recibir una buena dosis de golpes de remo en tus miserables posaderas.

Es tan inmensa, tan abrumadora, tan insalvable la brecha que separa a estas élites de cualquiera de nosotros, simples mortales, que resulta hasta comprensible su total falta de empatía. Claro, a personajes como Wert les hablas de gente que no llega a fin de mes y les suena a novela de Dickens.

El dedazo es tan escandaloso que hasta los diplomáticos (una panda de subversivos) lo han calificado de «imprudencia». ¡Los diplomáticos, señores adiestrados para mantener la cara de póker durante un tsunami! De hecho, en los diccionarios diplomático-castellano «imprudente» equivale a mentarle los muertos más frescos a tu interlocutor.

De todas formas, para disipar cualquier sombra de envidia u odio por mi parte, voy a darle un consejo a Wert: yo de usted, contactaría con la Marea Granate de París (un colectivo que agrupa a españoles forzados a emigrar). Seguro que estarán encantados de ayudarle a integrarse en la ciudad y le darán algunos trucos para adaptarse mejor y ahorrar, que la capital francesa es muy cara y ser un trabajador extranjero no resulta sencillo.

Por otra parte, si tantas ganas tenía de irse a París con su esposa y tan sobradamente preparado está, no entiendo por qué recurre a un enchufe a cargo del erario público en vez de buscarse la vida allí gracias a su currículo y su talento. Claro, la movilidad exterior es mucho más placentera cuando viene con una poltrona asegurada. Así son nuestros ilustres líderes, si no hay un carguito de por medio son incapaces de mover sus pezuñas. Vértigo ante lo desconocido, supongo. Pues nada, a pasear su amor por las orillas del Sena, total, pagamos los lerdos de siempre.

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