Dónde vas a ver la final. No podré a esa hora; quedamos después de la final. Menuda final de infarto nos espera. Son frases comunes que podemos escuchar cada día referidas, cómo no, al sacrosanto universo futbolero o, en su defecto, ante cualquier cita deportiva.
Yo viví con idéntica pasión mis finales particulares, esas que me atañen, emocionan y sacan lo mejor de mí. Las del Concurso de Piano Paloma O´Shea, que se celebran cada tres años. La sorpresa (y el privilegio) fue encontrarlas en riguroso directo. Casi por vez primera desde los tiempos fundacionales de 1972. En anteriores ocasiones se ofrecían en un eufemístico semidirecto (o lo que es lo mismo, a una hora indefinida) cuando no directamente de madrugada. Hemos sufrido mucho los espectadores fieles a este concurso. En alguna ocasión lo viví in situ. Acabada la sesión, daba tiempo a llegar a la habitación del hotel para ver la emisión, a veces con demoras de más de tres horas. Y todo ello sin que la parrilla anterior acogiese programas de ninguna relevancia. Sólo por evitar la música clásica en un horario noble.
Pero dejémonos de lamentos. La cuestión es que este año la retransmisión fue impecable. Pudimos vivir en tiempo real tanto la ejecución de los seis finalistas (qué bestias, como diría Paloma del Río cuando comenta sus deportes) como las pausas, esas las que un entonadísimo José Luis Pérez de Arteaga siempre cargado de bonhomía y buen humor, charló con los protagonistas de la velada, desde la flamante directora del Inaem, Monserrat Iglesias, hasta el vicepresidente del jurado, Tomás Marco, quien tanto discrepó a la hora de declarar desierto el premio en 2012. Por si fuera poco, ganó un español, el sevillano Juan Pérez Floristán. Arturo Morales dirigió y realizó unas veladas impecables, de esas que dignifican, y de qué manera, a la televisión pública. Rachmaninov, Prokofiev, Chopin y Beethoven, en manos virtuosas, volvieron a redimirnos.
